miércoles, 10 de septiembre de 2014

Saber y ganar (puntos)

Me cuesta recordar un concurso más absurdo que Allá tú (Deal or No Deal si nos vamos al original norteamericano), que presentó hace unos años ese Dorian Gray de El Ferrol llamado Jesús Vázquez. En él, los concursantes, convenientemente salidos de un casting en el que demostraban su salero ante las cámaras y su presunta gracia, podían ganar hasta 600.000 euros (juraría que era esa la cantidad) abriendo cajas. Sin más. No tenían más que elegir de entre un montón de recipientes e ir descartando números hasta hacerse con su contenido. Sin pruebas complejas, sin preguntas ambiguas, sin ninguna necesidad de esfuerzo intelectual. "¿Quieres tu caja o prefieres otra?" "Me quedo con la número 8". "Pues aquí tienes, has ganado 30.000 euros". Más o menos en eso consistía ese programa.

Esta exhibición de poderío económico a cambio de nada (de una pizca de eso que llaman 'fortuna', sin más) contrasta con la forma en la que se trata al dinero en Saber y ganar, el más veterano de los concursos de nuestro país. Existe una especie de acuerdo en él para no mencionar jamás que lo que consiguen los cerebritos que participan en él exhibiendo una cultura inagotable es dinero. Pesetas antes, euros ahora. Panoja fresca. En Saber y ganar se habla de 'puntos' como eufemismo de ese concepto prohibido que muy pocas veces sale a relucir en algún programa.

No sé de donde viene ese pudor a la hora de reconocer que el premio por demostrar una sabiduría colosal se trata de dinero (por supuesto que es dinero, ¿qué va a ser si no?), mientras que no hay ningún tabú al mostrar que un mastuerzo que probablemente no se sacó el graduado se embolsa 300.000 euros por elegir la caja ganadora. Para alcanzar esa cifra, por cierto, un concursante de Saber y ganar necesitaría participar durante unos 500 programas.

A Isabel Pantoja (el retorno), AKA Chabelita, le pagarán 900 euros por cada programa en el que se aparezca a los espectadores, curados ya definitivamente de espantos. Mientras, una generación entera de licenciados (y los que llegarán) ni siquiera pueden concebir que alguien les pague esa cantidad por una jornada laboral de 50 horas, y proliferan las ofertas en las que la recompensa por trabajar gratis es alimentar la esperanza de que algún día verán unas migajas en sus cuentas corrientes. Será que, según de quien se trate, hablar de dinero ha pasado a ser una obscenidad. En el futuro, supongo, nos pagarán con puntos.