Hace unos días, la Iglesia vaticana del progresista papa Francisco tumbaba las esperanzas de un transexual -y católico practicante- de ejercer como padrino de su recién nacido sobrino. Al parecer, su 'estilo de vida' no se acomoda como debiera a las exigentes e inflexibles normas que rigen la milenaria institución.
Creo que nunca he pertenecido a ninguna asociación, o partido político, o sindicato, u organización jerarquizada de ningún tipo. Solamente el Círculo de Lectores, en algún breve momento de mi vida puede presumir de haberme logrado captar para su causa, pero las exigencias -pocas- que ponían encima de la mesa para -imagínense- poder leer fueron demasiadas para mí.
Groucho, que no tenía un pelo de tonto en su bigote pintado de betún, ya exponía sus reparos a formar parte de clubes con la suficiente laxitud como para acogerlo a él como miembro. Desconocía las razones que llevan a Maroto o a ese transexual a querer formar parte de colectivos empeñados en marginarlos, en excluirlos y en despreciar su condición individual, pero ayer la luz comenzó a intuirse entre ese manto de nubarrones que cegaba mi intelecto.
Quizás todos formen parte de un maquiavélico plan para subvertir el orden establecido desde su mismísimo interior. Pequeños ponis de Troya infiltrados en centros de poder que esperan la orden para asaltar los cielos y ponerlos del revés. El último en sumarse a sus filas sería el pequeño Nicolás (nuestro pequeño Nicolás), reconvertido en un engominado Guy Fawkes, que ayer mismo apareció de entre los muertos para anunciarnos su plan perfecto para las próximas Navidades: ser elegido senador para poder derribar el Senado desde dentro.