viernes, 11 de septiembre de 2015

Reservado el derecho de admisión

Que el vicesecretario de Acción Sectorial del Partido Popular se case no sería noticia si no fuera porque Javier Maroto, que se unirá a su novio el 18 de septiembre, represente a una organización política que recurrió ante el Tribunal Constitucional la ley que permitía la unión entre personas del mismo sexo por considerar que ello desnaturaliza el matrimonio.

Hace unos días, la Iglesia vaticana del progresista papa Francisco tumbaba las esperanzas de un transexual -y católico practicante- de ejercer como padrino de su recién nacido sobrino. Al parecer, su 'estilo de vida' no se acomoda como debiera a las exigentes e inflexibles normas que rigen la milenaria institución.

Creo que nunca he pertenecido a ninguna asociación, o partido político, o sindicato, u organización jerarquizada de ningún tipo. Solamente el Círculo de Lectores, en algún breve momento de mi vida puede presumir de haberme logrado captar para su causa, pero las exigencias -pocas- que ponían encima de la mesa para -imagínense- poder leer fueron demasiadas para mí.

Groucho, que no tenía un pelo de tonto en su bigote pintado de betún, ya exponía sus reparos a formar parte de clubes con la suficiente laxitud como para acogerlo a él como miembro. Desconocía las razones que llevan a Maroto o a ese transexual a querer formar parte de colectivos empeñados en marginarlos, en excluirlos y en despreciar su condición individual, pero ayer la luz comenzó a intuirse entre ese manto de nubarrones que cegaba mi intelecto.

Quizás todos formen parte de un maquiavélico plan para subvertir el orden establecido desde su mismísimo interior. Pequeños ponis de Troya infiltrados en centros de poder que esperan la orden para asaltar los cielos y ponerlos del revés. El último en sumarse a sus filas sería el pequeño Nicolás (nuestro pequeño Nicolás), reconvertido en un engominado Guy Fawkes, que ayer mismo apareció de entre los muertos para anunciarnos su plan perfecto para las próximas Navidades: ser elegido senador para poder derribar el Senado desde dentro.

Me voy a la Asociación de Conspiranoicos a exponer mi teoría. Ahora vuelvo.

viernes, 4 de septiembre de 2015

UVI

El otro día me crucé con un señor mayor, o un anciano, o un viejo (nunca sé cuál es la forma más precisa y menos agresiva a la vez de llamar a alguien que ya no cumplirá los 75 o los 80). Pelo cano, brazos surcados de arrugas, gesto todavía enérgico. No destacaba por nada en especial, la verdad, si acaso por la reluciente camiseta del Real Valladolid (puede que de esta misma temporada) que lucía. Apenas reparé en él, pero al rebasarlo (yo iba corriendo) atisbé fugazmente el nombre que lucía a la espalda, y ahí es donde el señor mayor, o el anciano, o el viejo, me ganó para su causa. Ahí, entre sus dos hombros caídos, destacaban sobre las franjas blanquivioletas una palabra que jamás habría imaginado. La camiseta no se decantaba por algún jugador de la plantilla. No rezaba ‘Óscar’ ni ‘Álvaro Rubio’, ni siquiera, en un guiño al pasado, ‘Manucho’, ‘Moré’ o ‘Peternac’. Tampoco había optado por el nombre de su propietario, algo como ‘Mariano’ o ‘Julito’. Qué va. La camiseta lucía simplemente tres letras, un imponente UVI, como recordatorio, no lo tengo claro, del lugar que había visitado recientemente su propietario o, peor aún, el que tendría que pisar en un futuro cercano. El viejo (qué demonios, dejemos a un lado los eufemismos) se estaba riendo en la cara (o en la espalda) de una muerte que ya le está rondando. Y lo hacía, claro, a través de la camiseta de un equipo acostumbrado a las salas de reanimación, las muertes súbitas y las operaciones de cirugía a corazón abierto.