Vi la escena en uno de esos programas de TVE que rebuscan en
su archivo para recordar al espectador lo ingenuos que éramos en el pasado y lo
interesantes, cosmopolitas y preparados que somos ahora. Repasaban entonces las
primeras elecciones democráticas después de la muerte de Franco. Eran una
imágenes en las que los carteles del PC o de la UCD se mezclaban con las
entrevistas a ciudadanos sin nombre que hablaban sobre sus preferencias
políticas. “¿Y usted que votará?’, le preguntaban al protagonista de esta
historia, un hombre ya mayor que respondía con absoluta honestidad pero todavía
aturdido después de tres décadas y media de dictadura. “Yo, que sí”, explicaba
extrañado ante el micrófono, como si hubiera más respuestas posibles ante tal
cuestión.
Desde ese 1977 han pasado ya más años que los que Franco guió
el destino de España tras la Guerra Civil. Estarán de acuerdo en que en estas
casi cuatro décadas las cosas han cambiado mucho en este país. ¡Si hasta
tenemos otro rey, no les digo más! Eso sí, viendo las encuestas sobre intención
que voto que aparecen en los medios casi a diario, ciertas cosas siguen igual.
Ahí está, por ejemplo, ese todavía amplio sector de la
población que seguirá votando ‘sí’ (en cualquiera de sus dos variantes) como si
no hubiera otra opción posible, como si coger una papeleta distinta a las que
han elegido los últimos treintaytantos años fuese algo inconcebible, algo que
escapara al entendimiento y a la razón. En 2015, casi la mitad de los votantes (si
no más) aseguran, imagino que con ese mismo gesto incrédulo del anciano de
1977, que seguirán encastillados en una idea política de la que parece
imposible liberarlos.
Aún no sé qué papeleta meteré en la urna. Pero votaré ‘no’.