lunes, 21 de julio de 2014

No Georgie, no fun

Hace unas semanas lo dejaba caer en una entrevista publicada en La Voz de Galicia. Georgie Dann tenía ya preparada la canción con la que asaltaría las listas musicales del verano de 2014. Un tema de corte social, como los que acostumbra a componer el genio de sangre gala y alma española, y de revelador título: La cosa está que trina. Por muchos dramas que asolaran el planeta, de Gaza a Ucrania, de Génova 13 a Maracaná, al menos la vida nos regalaría una dosis de evasión con la que seguir pensando que sí, que el final está cerca, pero que al menos llegaremos a él con un buen cardado capilar, una sonrisa en la boca y arrimando cachete con cachete y ombligo con ombligo.

Sin embargo, julio toca a su fin, la canícula aprieta y seguimos sin noticias de la nueva piedra con la que el artista parisino continúe edificando su colosal obra. Es verdad que los gloriosos tiempos del bimbó, el negro impotente o el himno dedicado al chiringuito playero (su particular magnum opus) quedan lejanos en el tiempo. Son ruinas desgastadas de un esplendor pretérito que, como el Egipto de los faraones y la Grecia presocrática, nunca volverá a brillar de igual forma.

                                              ¡Os maldigo a todos! ¡Maldigo las guerras! ¡OS MALDIGO!

Dann, con todo, nos había acostumbrado a sus periódicas entregas de melodías insistentemente pegadizas que, en combinación letal con unas letras picaruelas y sus espasmódicas coreografías, nos hacían salivar cual vulgares y pavlovianos chuchos. Es cierto que nadie (reconozcámoslo, puede que ni el mismo Georgie) recuerde La batidora y La cerveza, los dos jits que lanzó en 2012 y 2013 como prueba de vida este septuagenario que tiene en las rimas fáciles y en su azabachado tinte sus señas de identidad más reconocibles. Nadie las recuerda pero existieron como certificado de la normalidad con la que avanza el mundo, como paréntesis necesario entre matanzas, hambrunas y guerras.

Cuando el verano de 2014 ha consumido ya su primer mes de su corta vida, cuando el final del mes de julio se atisba en el horizonte y muchos españoles (afortunados ellos, eso sí) han quemado ya todos sus días de vacaciones, el hecho de que sigamos sin canción de Georgie Dann sólo puede significar una cosa: el final de todo cuanto conocemos está mucho más cerca de lo que podíamos pensar.

La cosa, definitivamente, está que trina.

jueves, 3 de julio de 2014

El postre

-Papá, ¿qué hay de postre?

La pregunta sale la boca de la preadolescente atravesando una sonrisa de insondable pureza. Un gesto candoroso donde no se aprecia aún el mínimo atisbo de la contaminación moral a la que nos vemos irremediablemente arrastrados en nuestro tortuoso camino por el fango de la vida. “¿Qué hay de postre?”, pregunta a una figura paterna en la que sigue confiando de manera ciega, el faro que la ha guiado durante una infancia que ya ha tocado a su fin pero a la que se mantiene unida por un lazo de imperecedera ingenuidad.

“¿Qué tendremos de postre? ¿Qué habrá cocinado papá?”, piensa nuestra protagonista en una demostración de tener aún una inocencia en absoluto fingida. Inocencia interrumpida en apenas unos segundos por una bofetada que no esperaba. Pronto, todo su universo quedará sepultado por un manto negro, oscuro y viscoso de realidad, por un baño de pringosa miseria al que le someterá su progenitor, implacable Saturno que devorará hasta el último rastro de virginidad de su pequeña. “¿Tendremos un bizcocho de chocolate? ¿Habrá cocinado esa tarta que le sale tan bien? ¿Natillas? ¿Arroz con leche? ¿Trufas? ¿Flan?”

-De postre, un capricho cremoso y crujiente -anuncia el padre. Y sin que la risa de maníaco, de auténtico depravado, abandone su cínico rostro saca del armario un paquete de galletas que deja a continuación sobre la mesa. “Ahí tenéis, el postre”, dice, esta vez sin que podamos oír sus palabras, únicamente para su mezquino interior plagado de frustraciones, de humillaciones enquistadas, de sufrimiento y de dolor.


Mientras se desarrolla toda la escena, un rótulo permanece fijo ante nuestros ojos. La moraleja del cuento, la conclusión a la que de manera esquinada nos quieren llevar los creativos, el estrambote definitivo de una historia de adiós a la infancia, desengaño y nata: “Come más fruta y verdura”.