miércoles, 28 de mayo de 2014

Los 'antisistema'

Se quejaba ayer Rita Barberá de que “grupos antisistema” pretendan ahora aprovecharse del “sistema” y cobrar del “sistema” para hacer volar el “sistema” desde sus mismas entrañas. Una queja poco comprensible si tenemos en cuenta que la otra forma de hacer volar el “sistema”, desde fuera y a pedradas, tampoco responde a las coordenadas democráticas con las que nos quieren hacer comulgar nuestros representantes públicos.


Ese “sistema” que la alcaldesa de Valencia siente amenazado con la irrupción de nuevas fuerzas en el espectro político es el mismo, por cierto, en el que ha chapoteado desde tiempo inmemorial Rafael Blasco, compañero de filas en el PP valenciano de Barberá y, antes, ligado al PSOE (el ‘sistema’ no le hace ascos a nadie). Consejero de Solidaridad con Francisco Camps, Blasco acaba de ser condenado a ocho años de prisión por, entre otros delitos, desviar millones de euros que la Comunidad Valenciana debía destinar a países subdesarrollados y que terminaron en otros bolsillos. 

Yo estoy con Barberá. Protejamos el “sistema” de los “antisistema”.

lunes, 26 de mayo de 2014

Pablemos

Dicen que alguna vez se le vio sonreír, aunque la fama de azote de la casta política labrada a golpe de plató le impida ahora esbozar el mínimo gesto que comprometa la linealidad de sus labios. La mirada profunda y atormentada, el ceño fruncido que nos grita lo preocupado que está por nuestro bienestar, la lengua afilada para contrarreplicar el enésimo intento de Marhuenda o Alfonso Rojo de sacarle de sus casillas. El epíteto raudo que escapa de su boca, la búsqueda del aplauso instantáneo de quienes están dispuestos a celebrar las palabras de cualquiera que escape al discurso monolítico de nuestra Cultura de la Transición.

Pablo, Pablemos, el tipo de la coleta de La Sexta, es uno de esos seres especiales capaces de aglutinar el odio y el desprecio que proceden de todos los rincones del espectro ideológico. Para algunos es un izquierdista radical financiado por el terrorismo internacional, un seguidor convencido del populismo chavista, un aliado de los separatistas que anhelan la extinción del Estado y que se alimentan con la sangre de bebés españoles. Para otros es un títere que le hace el juego a la derecha, un peligro para la definitiva desintegración de una izquierda abonada al caos de siglas y a las zancadillas de sus correligionarios.

                                                      Sólo soy un tipo normal
Él, mientras, repite ante las cámaras sin error posible un discurso grabado a fuego en el que la naturalidad le cede el testigo a la impostura y a la inherente demagogia que es la sal y la pimienta de la política, donde el mensaje prefabricado dirigido a los votantes apesta a edulcorantes y acidulantes. Lo hace con un mesianimo artificioso y un narcisismo que raya en lo patológico y que lo ha llevado a ser la imagen de su recién nacido partido en las papeletas electorales. "Es la mejor manera para identificarnos ante los electores" dice, como si quisiera convencernos de que ha aprobado esa solución a regañadientes.

Filoterrorista, antisistema o peligroso populista ultraizquierdista, el nuevo europarlamentario y futuro asaltante a la Moncloa representa algo muchísimo peor: el recuerdo de una clase política dominada por ciegos soberbios y desconectados de los ciudadanos y en la que él, pese a todo, es uno de los escasos tuertos capaces de atisbar lo que se encuentra más allá de sus narices.

lunes, 19 de mayo de 2014

La paja y la viga

La secuencia se repite constantemente, de manera incesante, día a día, hora a hora. Minuto a minuto. Un suceso X de unas implicaciones muy concretas, con unos protagonistas determinados y que ocurre bajo unas circunstancias específicas pasa de repente al plano de la hipótesis, de la imaginación. Y lo hace no como un ejercicio de sana ficción, sino con el propósito de posicionarse en una de esas Españas (dos en principio, espero que sean muchas más) que en teoría nos definen.

Un ejemplo. Una madre y su hija, consumidas por el odio y la locura, asesinan a tiros a la presidenta de la Diputación de León, a quien culpan de todos sus problemas. Las redes, inundadas de imbéciles y descerebrados casi en la misma proporción que las calles llenas de basura de nuestras ciudades, se llenan de mensajes que se felicitan por el crimen y apuntan que sería necesario continuar con otros cuantos compañeros de partido de la víctima. 

Ya está. Llegó el punto clave. “¿Os imagináis lo que dirían estos mismos si la asesinada fuera del PSOE o de IU en lugar del PP?”, se preguntan los presuntamente afectados por esos mensajes. Y sí, yo lo hago, y me imagino un crimen igual de reprochable que llevaría al jolgorio a otros cuantos personajes que desearían, vía Twitter, un exterminio rojo.

En realidad no lo tengo que imaginar. Lo veo cada día, en los mensajes de verdaderos fanáticos que hacen de Internet su trinchera y dan rienda a sus deseos más profundos. Gente que celebra la muerte de Carrillo y aprovecha para pedir ejecuciones sumarias de peligrosos izquierdistas o que brinda cuando el muerto es Fraga y pide más coches volando con fachas dentro, en homenaje a Carrero Blanco. Gente que llama “hija de puta” a Pilar Manjón o que se lamenta de que a Ortega Lara no se lo llevaran por delante en aquel zulo, ahora que el exfuncionario de prisiones se ha pasado a Vox.

Idiotas hay en todas partes. Y pajas y vigas en los ojos de cada uno de nosotros, también.

¿Os imagináis qué ocurriría si no intentáramos sacar tajada política de todo cuanto ocurre a nuestro alrededor? ¿Os lo imagináis?


lunes, 12 de mayo de 2014

Alejo

Se presenta Alejo Vidal-Quadras indignado con la política del Partido Popular y nos invita a votar en las próximas elecciones europeas al partido del que es cabeza de lista, el recién creado Vox. Se le olvida, por aquello de la condensación inherente a la publicidad, que el PP ha sido precisamente el partido al que ha estado ligado hasta anteayer (en este caso, la figura retórica es casi literal, su salida data de este mismo 2014), como eurodiputado y vicepresidente del Parlamento Europeo al que se vuelve a presentar, ahora con otras siglas.

Aparece Alejo en el anuncio preocupado por el insostenible tamaño del Estado, lastrado por la inagotable lista de instituciones públicas que dan de comer a políticos de carrera y aprovechados en general. Lo dice él, al parecer perfecto conocedor de un sistema en el que ha ejercido como concejal, diputado autonómico, senador y diputado europeo, de manera ininterrumpida, desde hace casi tres décadas.

                                                    Así de gordos los tengo. Como pomelos gigantes.

Da a entender Alejo en el anuncio que no podemos mantener semejante tinglado, un gasto de ese calibre al que nos obliga esta descomunal estructura política. Y me acuerdo (déjenme ser demagogo, dejen que me embarre en el fango del populismo de nuestros representantes políticos) de la defensa que hizo hace unos años de los viajes en primera por parte de los eurodiputados. “Necesidad objetiva” de viajar en el avión como los privilegiados que son, decía cuando desde algunos frentes se insinuó la posibilidad de que sus viajes a Bruselas no nos salieran a los contribuyentes por un pico.

Espero que renueve su escaño allí y siga defendiendo con nuestro dinero la necesidad de adelgazar el Estado que le da de comer. Lo deseo, Alejo.

jueves, 8 de mayo de 2014

Tomeo

Le resultaba extraño cruzarse por la calle con Javier Tomeo un año después de que Javier Tomeo hubiera muerto. Le gustaba puntualizar que era él quien se cruzaba con Tomeo y no Tomeo quien lo hacía con él. No logró explicar a nadie con la necesaria convicción qué quería decir con ese detalle aparentemente nimio, pero tampoco le preocupaba demasiado.

Se encontraba con él cada día al volver a casa desde el trabajo que había conseguido aquella primavera. Se levantaba a las ocho y cuarto, pasaba siete horas y media probando zapatos a señoras con complejo de culpa o a niños sobrealimentados y regresaba a tiempo de ver en la televisión el concurso de cocina y de cruzarse con el escritor muerto.

Ese día, después de tropezarse con él en su camino de vuelta durante toda la semana, varió el rumbo de su marcha y siguió al viejo. Andaba lento, arrastraba los pies por la acera manchada de excrementos de paloma y de colillas aplastadas. La chaqueta raída que le servía de abrigo había perdido su azul original para transformarse en una prenda que tendía al gris más monótono. Esto último no dejaba de ser una apreciación demasiado subjetiva, puesto que el daltonismo que le habían diagnosticado le hacía imposible discriminar algunas gamas de esos colores.

Aquella tarde el cambio de hora había concedido una hora más para disfrutar de la luz del sol y la gente no la había desaprovechado. Se hacía complicado seguir a Javier Tomeo en un camino que lo conducía directo al parque del hospital. Unos niños jugaban con el balón junto a la puerta principal de acceso. El que llevaba la camiseta de Bale chutó en dirección a Tomeo y este se apartó con agilidad para esquivar la pelota. Después, se dirigió al estanque donde un puñado de patos fraternizaba con algunas barcas de recreo.

A unos metros de distancia vio cómo el escritor muerto se quitaba la chaqueta y se sentaba en un banco de piedra. La sombra que proyectaba llegaba casi hasta la misma orilla del estanque. Él se acercó discretamente y se apoyó en la barandilla que evitaba que los paseantes se acercaran demasiado al agua. La luz caía, pero incluso así se fijó en un rostro que llenaba las solapas de los libros que había dejado de escribir hacía un año. El pelo escaso y lacio cubría parcialmente un cráneo minado de pequeñas protuberancias que le asemejaba con una calabaza puesta a secar al sol. En el medio de la cara advirtió que su ojo derecho era ligeramente más grande que el izquierdo. Era difícil darse cuenta, pero a él siempre se le habían dado bien los problemas relacionados con el tamaño de las cosas. En cualquier caso, lo que más le sorprendió fue la letanía que salía de sus labios en un murmullo que crecía en intensidad cada segundo. Con disimulo avanzó un poco más hacia el escritor muerto para tratar de entender lo que decía.

La tarde siguiente, al terminar el trabajo en la zapatería y volver a casa, vio a Javier Tomeo en el mismo lugar donde había comenzado el seguimiento el día anterior. Al cruzarse con él, su ojo derecho, el que era algo mayor que el izquierdo, comenzó a temblar de manera casi imperceptible. No supo identificar el movimiento como un tic involuntario o como una llamada de atención. De manera inconsciente, de sus labios brotaron las palabras que había escuchado junto al estanque y el espasmo ocular cesó de repente.


Al llegar a casa se quitó los zapatos, sacó una lata de cerveza sin alcohol caducada del frigorífico y encendió el televisor. Los jueces probaban en ese momento los platos elaborados por los concursantes, y a él le entraron ganas de picar algo. Se levantó del sofá para dirigirse a la cocina y al pasar por el pasillo el espejo le devolvió la misma cara pálida y anodina a la que se había acostumbrado con el paso de los años, aunque esta vez algo le llamó la atención. Era su ojo derecho, que parecía ligeramente más grande que el izquierdo.