martes, 31 de diciembre de 2013

Top 2013

10 - Adèle Exarchopoulos
9 - Searching for Sugar Man
8 - Intemperie, de Jesús Carrasco
7 - Lucía Etxebarria en Campamento de verano
6 - El final de Breaking Bad
5 - Ana Botella imitando a Jim Carrey en Buenos Aires
4 - Que el hijo de Alicia Sánchez Camacho sea de Manuel Pimentel
3 - Kiko Rivera (todo él)
2 - El intérprete de signos del funeral de Mandela
1 -

jueves, 19 de diciembre de 2013

La edad de las tinieblas ya está aquí

No sé si durante la Edad Media también sería algo recurrente lo de ver la luz al final del túnel. Los pobres campesinos, agotados, famélicos y eternamente enfermos, caerían rendidos en sus jergones después de una jornada de trabajo de sol a sol con la promesa del señor feudal de que el año siguiente sería mejor que el anterior. Es cierto, en aquella época, cuando no campaba a sus anchas la peste negra era una guerra a sangre y fuego que arrasaba con sus humildes aldeas. Eso sí, al menos durante esa época no tenían que lidiar con el déficit tarifario, la prima a las renovables o la subasta del mercado que hará que nos suban la luz un 8, un 10 o un 12 por ciento a partir de enero.

A este paso, las insaciables eléctricas nos obligarán a apagar paulatinamente las bombillas en nuestras casas, incluso las de bajo consumo, y nos iremos sumiendo, poco a poco, en una nueva edad de las tinieblas que aún no sabemos qué nos deparará. Hace más de cinco siglos la oscuridad dio paso a la imprenta, al descubrimiento de América, a Leonardo y todo el Renacimiento. Ahora nos conformaríamos con entender (aunque sea un poco) el recibo de la luz. Y con que no nos los suban el 10% todos los años.

Nananananá-na-naa-naaa....

jueves, 12 de diciembre de 2013

Zelig en Johannesburgo

Ahora dice que fue la esquizofrenia, que empezó a oír voces en su cabeza justo en el momento en el que comenzaba a traducir al lenguaje de signos los mensajes de los amos del planeta en el funeral de Nelson Mandela. Pero no. No fue la esquizofrenia. Fue algo parecido a lo que le ocurría al Zelig de la película de Woody Allen. Ese camaleón humano que asumía al instante la personalidad de quien estuviera a su lado. Si era un alemán, se convertía en alemán. Si era un abogado, mutaba en abogado. Y si era un negro, pues se transformaba en negro.

El intérprete de sordos se situó en la tribuna y el espíritu de la política se coló en sus venas. De repente, las manos comenzaron a moverse, a hablar, sin decir en realidad NADA. Mientras en las bocas de los dirigentes del planeta se dibujaban expresiones huecas, ideas sin contenido que forman la base de sus oxidados discursos, nuestro pobre protagonista veía impotente cómo su cuerpo se descontrolaba y ejecutaba señales que no significaban NADA.



Al mismo tiempo que los Obama y compañía rendían tributo a Mandela con las inevitables 'libertad', 'tolerancia' o 'paz', el intérprete, poseído por la vacuidad que se respiraba en el estadio Soccer City (de imborrable recuerdo para nuestro Rajoy) no pudo sino mover torpemente sus brazos y echarle después la culpa a la esquizofrenia.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Los 35

En 1996, el año en el que nuestra (casi) inamovible Constitución celebraba su mayoría de edad, el simpar portavoz del Gobierno de entonces la felicitaba con unas declaraciones que no dejaban indiferente a casi nadie. Como nada de lo que, por otra parte, acostumbra a decir Miguel Ángel Rodríguez. “Si fuera una niña hoy se vestiría de largo, y si fuese un ciudadano, podría votar”, vino a decir de la Carta Magna el amigo de Aznar.

Ahora que cumple 35 años, tres décadas y media ya, la Constitución comenzará a adentrarse en la crisis de la mediana edad, esa que aparece sin avisar cuando la juventud comienza a desaparecer por el sumidero del bienestar. Si fuera un hombre comenzaría a perder el pelo y acumular grasa a pasos agigantados en la zona abdominal. Si fuera una mujer, vería cómo la acción gravitatoria le haría una mala jugada a sus pechos, que comenzarían a esta edad un largo viaje hacia la noche.

De cualquier manera, lo que le ocurriría a la Constitución en el caso de que fuera española (algo que cada vez es más discutible), es que estaría luchando (aún) por encontrar un puesto digno en un feroz mercado de trabajo que cercena con sus afilados colmillos los derechos y las ilusiones de quienes consiguen acceder a él. Si la Constitución (española) cumpliera ahora 35 años estaría comprando el billete hacia otro país más acogedor que el que le ha tocado vivir. Otro país en el que poder aplicar los conocimientos que ha adquirido durante toda su vida y que aquí no valen de nada ya. A sus 35 años, quizás, podría empezar a pensar en la emancipación paterna si consiguiera que el casero de ese diminuto piso de alquiler que ha visto le bajara un poco (un poco más) el precio.

Con 35 años, la Constitución estaría cansada ya de un país al que ha dado ya demasiadas oportunidades y del que no ha recibido más satisfacción que aquel gol de Iniesta. Y ni eso.