miércoles, 16 de marzo de 2016

Las tantas

Hay horas de las que ya no recuerdas ni que existen. Supones que son necesarias para crear un colchón lo suficientemente mullido entre el momento en el que te metes en la cama y el que soportas el zarpazo del despertador. Esas horas tenían algún sentido antes, cuando las empleabas en agotar la paciencia de alguna camarera y en vomitar en servicios especialmente habituados a ello.

A veces olvidas eso y cuando apareces de repente despierto a alguna de esas horas tardas en ubicarte, en reparar en que lo que parece un sueño es real, como aquella vez que acertaste doce en la quiniela y tuviste que pincharte para estar seguro de que el árbitro daba por bueno el gol de Julen Guerrero.

Son horas a las que enciendes la tele, porque ya no hay bares que te acepten a estas alturas de la película, y descubres que los canales se han convertido en mesas de apuestas y las presentadoras en crupieres que se te insinúan para que elijas rojo o negro, par o impar, primera docena o segunda docena, y así te quedas embobado viendo cómo la bolita hipnotiza a otros insomnes como tú.

Zapeas para esquivar esa ruleta inagotable y es cuando te das de bruces con la realidad en forma de cuarteto de jazz de provincias. Pones el canal local de turno, fantaseando con los tiempos en los que caía alguna porno descascarillada por el paso del tiempo, cuando la vida te pega un puñetazo que te envía a la lona sin que puedas levantarte así te apellides LaMotta. A esas horas en las que cuatro gatos ven la televisión, en un canal residual donde la audiencia es una ilusión, desfilan por la pantalla grupos y solistas anónimos, representantes del extrarradio musical que alcanzan de madrugada la cima de sus carreras para regresar de forma inmediata a lo más profundo del pozo en el que viven a diario.

Asistimos medio dormidos e incrédulos a ese fugaz instante de gloria de tercera división, ese cuarto de hora de fama que nos vendió Warhol y que ha quedado reducido, cuestiones de programación, a tres o cuatro minutos en el late-night local. Y cuando finalmente nos despertamos al día siguiente y pensamos en lo que vimos encogidos en el sofá, probablemente pensamos lo mismo que la colección de músicos que pusieron banda sonora a nuestro desvelo: ‘¿acaso todo eso fue real?’.