miércoles, 21 de enero de 2015

La lideresa que nunca estuvo allí

El juez archiva el incidente de tráfico de Esperanza Aguirre. No aprecia indicios de delito, ni tan siquiera de falta, en su actuación. Es más, Esperanza no aparcó en el carril bus. No estaba a esa hora de la tarde en la Gran Vía, ni en Madrid. Esperanza jamás ha conducido un coche, ni motos, no sabe ni andar en bici. Espera, ¿de quién estamos hablando exactamente? ¿Esperanza? ¿Qué Esperanza? 

A quien deben vigilar de verdad es a Pablo Iglesias. Creo que ahora se ha apuntado a un curso para pilotar aviones. No sé si me entienden.

viernes, 2 de enero de 2015

Elogio de 'Sálvame'

La escena corresponde a uno de los últimos programas de Sálvame Deluxe emitidos en 2014.

El invitado se somete a la prueba del polígrafo para que los colaboradores conozcan el grado de veracidad que cumple respecto a su misión en este espectáculo: narrar con todo lujo de detalles la vida de la celebridad de segunda que tiene la suerte de conocer y que le permite ser 'reina por un día' ante cientos de miles de espectadores y llevarse de paso una moderada cantidad de dinero.

Jorge Javier lanza la pregunta: ¿Es cierto que X recurre a la magia negra para hacer daño a sus enemigos?

El protagonista de la noche trata de escurrir el bulto y habla de echadores de cartas y de rumores que ha oído sobre visitas de su famoso conocido a profesionales de lo oculto, mientras con una media sonrisa indica que no está dispuesto a contestar a esa cuestión de la manera acordada.

La respuesta no convence al coro griego que se sitúa frente a él. Los Kikos comienzan a graznar, Belén Esteban tuerce (aún más) su esculpido rostro. Y, entonces, María Patiño resume con su interpelación al invitado toda la esencia de un programa necesario para el espectro televisivo patrio.

-¡Hombre, Fulanito, VAMOS A SER SERIOS!

Ahora que la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia ha advertido de los contenidos inadecuados que pueblan este programa-río a lo largo de la tarde, y que chocan con los presuntos gustos y sensibilidades de los niños que pueden encontrarse frente a él, es más necesario que nunca arrancarse cualquier prejuicio y luchar por su supervivencia.


La Patrulla X de la metatelevisión española


Quienes atacan Sálvame por los gritos, escándalos, insultos, desnudos gratuitos, sexo explícito, desmayos, violencia encubierta (y no encubierta), obscenidades, eructos, chabacanería desbocada, fluidos corporales de todo tipo y cualquier mención imaginable a los más bajos instintos que nos definen como seres humanos se niegan a ver el grandioso bosque que se oculta tras los árboles cubiertos de mierda que lo forman.

No es cuestión de hacer una defensa de Sálvame con el discurso de "cada uno que vea lo que quiera", que en gran medida sería válido en un mercado privatizado donde las cadenas de televisión deberían luchar con las armas que eligieran para batirse en la arena de las audiencias. No basta con eso. No debería bastar.

Como cualquier gran obra literaria en la que aún más importante que lo que se lee es lo que flota por debajo de la historia, ese subtexto que cala en el alma del lector sin que apenas lo perciba, en Sálvame no debemos quedarnos con las aguas mayores de Amador Mohedano en la playa o en los cuernos de una presentadora, un cantante o un registrador de la propiedad. No. Qué va.

Cuando María Patiño conmina al invitado a responder CON SERIEDAD a una pregunta relacionada con magia negra y brujos está redefiniendo el lenguaje con el que estábamos habituados a lidiar. Adentrarse en la ensoñación que supone un solo programa de Sálvame es hacerlo en un terreno inédito hasta ahora en la televisión. Un territorio minado donde, a fuerza de estirar el concepto de la ironia, los colaboradores (y Jorge Javier, por supuesto), lo han dotado de una entidad diferente. La línea imaginaria que conectaría, digamos, la máxima seriedad con la chufla más liviana se pliega en el plató de Sálvame de forma sucesiva hasta quedar convertida en un punto donde todo tiene cabida.

Es ahí, en ese punto minúsculo a punto de estallar como un Big Bang latente de cotilleos y gritos, donde se encuentra la verdadera esencia de un programa que no se parece a nada más. Un milagro de la televisión que únicamente tiene sentido en la cadena que lo acoge y que nunca debería desaparecer. Aunque sea solamente para recordarnos quiénes somos realmente.