lunes, 24 de agosto de 2015

Usain

A Usain Bolt se le recordará siempre por sus estratosféricas marcas deportivas, por una superioridad colosal que hace cuestionarnos acerca de su verdadera naturaleza. Bolt ha corrido más que ningún otro ser humano antes, y lo ha hecho subido a un pedestal divino desde el que observa a sus pobres rivales con una sonrisa que solo puede darla la seguridad de encontrarse en un plano superior.

Pero cuando el rayo de Jamaica se canse de llegar siempre el primero a todas partes, a mí me gustará recordarlo en esta carrera. Cuando un inoportuno tropezón lo expulsó por un momento del confortable Olimpo en el que reside y lo confinó durante unos dramáticos segundos a compartir existencia con esas insignificantes criaturas llamadas 'hombres'. Durante ese tiempo, apenas unas zancadas, Bolt se transformó en uno de nosotros, y asomaron a sus ojos emociones que desconocía hasta entonces. Dudó, y sintió miedo, y una rabia que hizo que corriera todavía más rápido de lo que lo había hecho hasta entonces.

Durante esos 80 metros, Usain fue uno de los nuestros. Y eso lo recordaré siempre.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Un artista del alambre

A primera vista, podría parecer que el hombre del traje de baño amarillo que vemos en la imagen está disfrutando de sus vacaciones ajeno a lo que se le viene encima, despreocupado de los enfrentamientos con la Justicia, insensible con quienes se han visto afectados por sus acciones o inacciones al frente de los organismos que ha dirigido. Si nos quedamos en la superficie de esa lámina de aguas cristalinas, veremos únicamente a un hombre feliz que se dispone a chapotear en el mar mientras su pareja lo mira complacida. Una estampa de pura felicidad, ¿no creen?



Pero si dejamos a un lado la vulgar apariencia, lo que nuestro cerebro intoxicado quiere que veamos, lo que se muestra ante nuestros ojos es bien distinto. Observen el gesto crispado del hombre del traje de baño amarillo (traje de baño enorme, por otro lado). El precario equilibrio que se deduce de la posición de brazos y piernas. La mirada fija en un punto bajo sus pies. Esa concentración propia de profesionales que entregan su vida a desactivar minas. ¿Lo ven? ¿A que ahora está más claro?


En la imagen no se aprecia, pero les aseguro que está ahí. El finísimo alambre por el que se está desplazando en ese momento el hombre del traje de baño amarillo. La última y brevísima frontera que le separa del abismo y a la que se agarra para no caer en un océano infestado de tiburones de cuellos almidonados que han decidido que quieren su cabeza. 

El hombre del traje de baño amarillo vive en un permanente estado  de alerta ante su posible caída a los infiernos, y ha hecho del precario equilibrio su forma de vida, dando pequeñísimos pasos sobre el alambre que podrían ser siempre los últimos. ¿No se les encoge ahora el corazón, como cuando ven a los funambulistas pasar de un edificio a otro a decenas de metros sobre el suelo? ¿Es que hay alguna diferencia con este pobre hombre del traje de baño amarillo? ¿Es que acaso el arte de mantenerse sobre el alambre, enfrentado a todas las calamidades, no merece nuestra conmiseración?

viernes, 7 de agosto de 2015

Aquí viene el avioncito


El padre recurre a tragedias aéreas para animar a comer a su pequeño. El accidente de Los Rodeos le va muy bien para el puré de verduras.