martes, 27 de diciembre de 2016

Lo mejor de 2016

10. La cabalgata de Carmena.
9. El primer capítulo de The Night Of.
8. Anomalisa.
7. El récord de 400 metros de Van Niekerk.
6. Esperanza Aguirre y Donald Trump como ejemplos de que la política-espectáculo será rubia o no será.
5. Making a Murderer.
4. El disco de Triángulo de Amor Bizarro.
3. El Comité Federal del PSOE.
2. Paquita Salas.
1. Patufet.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Nueve zancadas gigantescas para la Humanidad

Apareció la Marina Abramović de la política nacional en otra de sus estrambóticas performances para denunciar esta vez el disparate del cierre a los vehículos de la Gran Vía madrileña. Esperanza Aguirre alzó la voz rodeada de periodistas mientras apuntaba a lo lejos el desastre que, en forma de atascos monstruosos, se cernía sobre los ciudadanos. Un jubilado despistado se acercó para felicitarla por la iniciativa, que le permitía disfrutar del centro de la ciudad como nunca antes. El revés no descompuso a nuestra protagonista, que mantuvo el tipo y el rictus y siguió a lo suyo. Show must go on.

Llegó por fin la parte central del espectáculo, en la que para demostrar lo innecesario de la medida se dispuso a demostrar empíricamente que las aceras de la avenida madrileña eran más anchas que las de Londres, por ejemplo. ¿Para qué van a querer más espacio los peatones si a los británicos les sobra con lo que tienen? Aceras por encima de nuestras posibilidades, jamás. Para ello, Aguirre no recurrió a la siempre eficaz cinta métrica ni a los alardes tecnológicos de un puntero láser. Tampoco al matiz arcaico que da una cuerda, por ejemplo. Para alcanzar la mayor precisión posible, atómica incluso, acudió a su propia zancada. Una zancada, dos zancadas, tres...  Hasta nueve dio la rubia política de sonrisa helada y corazón gélido. "¿Lo ven? Más ancha que la de Oxford Street, lo que les decía." Parece que me lo invento, pero ahí están las imágenes, testigos incrédulos de esta nueva cima aguirrista.



La performance, además de la confirmación del ansia de Carmena por traer el caos al planeta permitiendo a los peatones caminar sin codazos por el centro de Madrid, nos ha servido para determinar una nueva unidad de medida, la 'zancada/espe' o 'espe' a secas, que podemos precisar en 0'62 centímetros, por cuanto las aceras de la Gran Vía vienen a medir unos 5'60 metros. Mientras el 'espe' desplaza al metro como estándar del Sistema Internacional de Unidades, les dejo unas equivalencias para que se vayan habituando a él.

Altura de la Puerta de Alcalá: 33.8 espes
Longitud del Santiago Bernabéu: 169,35 espes
Estatura de Xavier García Albiol: 3.24 espes

La cara que tiene Esperanza Aguirre, mientras, es una constante que permanece invariable independientemente de la unidad en la que se mida: siempre tiende al infinito.


viernes, 4 de noviembre de 2016

Payasos

Hubo un tiempo no necesariamente mejor en el que no existía la leche desnatada, el café descafeinado o el tabaco bajo en nicotina. Hoy vivimos rodeado de toda clase de productos que han renunciado a su esencia en aras de un supuesto bienestar del que todos nos beneficiamos. En la sociedad profiláctica que hemos construido los refrescos azucarados han eliminado el azúcar, las galletitas saladas, la sal, y el PSOE, el poco socialismo que aún le quedaba en las venas.



Hace unos días se vivía noche de Halloween (no entraré a valorar la necesidad de implantar en nuestro país no la celebración en sí, sino una determinada estética y unos comportamientos netamente estadounidenses) y el absurdo rozaba el límite. Mientras los niños desfilaban de puerta en puerta en busca de caramelos (seguramente sin gluten, azúcares añadidos, colorantes y alma), un grupo de payasos diabólicos generaba eso que ahora se llama 'alarma social'. En una noche en la que la gente se disfraza con la intención de asustar, el problema para las autoridades se encuentra en el pánico que provocan esos disfraces. ¡Pero a quién se le ocurre atenerse al espíritu de la fiesta! El próximo año, los disfraces llevarán un 75% menos de intención de aterrorizar. Los payasos quedarán prohibidos, para eso ya tenemos a los profesionales que velan por todos nosotros.

Consejos de ministros

 

jueves, 9 de junio de 2016

Qué tiempo tan feliz

Nuestros artistas son los ríos que van a dar en Qué tiempo tan feliz, que es el morir. Procuro echar un ojo al programa de María Teresa Campos, por ese morbo de la muerte en directo que nos contó una vez Tavernier. El otro día comparecían de nuevo los supervivientes de El Consorcio, en un ritual que se produce cada dos o tres meses. Una de las colaboradoras les preguntaba entonces por el origen del grupo, cuestión que probablemente únicamente han tenido que responder allí mismo un millón de veces. Pero la memoria es débil (la Campos superiora anuncia ahora también las pastillas DeMemory) y hace falta recordar una y otra vez al público los mismos conceptos.


Ahora que regresa la campaña electoral, si es que alguna vez nos abandonó, volveremos a oír las mismas consignas, las mismas promesas, los mismos discursos que ya nos quedaron claros hace seis meses. Por si no entendimos en su momento la necesidad del cambio, o de la permanencia, o de ese horror circulante que es el sorpasso, nuestros políticos no ahorrarán esfuerzos en apuntar una y otra vez las ideas que ya quedaron calcinadas en diciembre. 

Entonces todos desfilaron ya por el programa de María Teresa para decir lo mismo que le contaron a Pablo Motos. Ahora, en un giro más retorcido y despiadado, se han aliado con diabólicas figuras que simulan ser niños para seguir dando la tabarra de siempre. A este paso, echaremos de menos esa época en la que solo se nos aparecían cada cuatro años para suplicar nuestro voto. Aquel sí que era un tiempo tan feliz.

miércoles, 20 de abril de 2016

El 28 por ciento

A 15 grados bajo cero y con dos metros de nieve, el ministro Soria compareció en rueda de prensa en bermudas y chanclas para anunciar que este mes de abril era el agosto más caluroso que recordaba.

El otrora sosias del expresidente Aznar añadía a continuación que las empresas alejadas del radar del fisco español por las que le preguntaban no existían, que sí existían pero que eran un negocio de su padre, que nunca firmó nada y que ahora que lo dice parece que sí es mi firma pero es que hace muchos años de eso, cómo son ustedes.

Las precisas y aclaratorias afirmaciones de José Manuel Soria, como no podía ser de otra manera, satisficieron a un 28 por ciento de quienes contestaron a la encuesta que sobre ellas realizaba un diario digital. El 28 por ciento de los votantes depositó su confianza en el Partido Popular en las pasadas elecciones de diciembre y, por lo que parece, el 28 por ciento de españoles se tiraría desde la azotea de su casa si Mariano Rajoy insinuara que así escaparían de la amenaza podemita.


Hay ocasiones en las que un 28 por ciento es demasiado. Insoportablemente demasiado.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Las tantas

Hay horas de las que ya no recuerdas ni que existen. Supones que son necesarias para crear un colchón lo suficientemente mullido entre el momento en el que te metes en la cama y el que soportas el zarpazo del despertador. Esas horas tenían algún sentido antes, cuando las empleabas en agotar la paciencia de alguna camarera y en vomitar en servicios especialmente habituados a ello.

A veces olvidas eso y cuando apareces de repente despierto a alguna de esas horas tardas en ubicarte, en reparar en que lo que parece un sueño es real, como aquella vez que acertaste doce en la quiniela y tuviste que pincharte para estar seguro de que el árbitro daba por bueno el gol de Julen Guerrero.

Son horas a las que enciendes la tele, porque ya no hay bares que te acepten a estas alturas de la película, y descubres que los canales se han convertido en mesas de apuestas y las presentadoras en crupieres que se te insinúan para que elijas rojo o negro, par o impar, primera docena o segunda docena, y así te quedas embobado viendo cómo la bolita hipnotiza a otros insomnes como tú.

Zapeas para esquivar esa ruleta inagotable y es cuando te das de bruces con la realidad en forma de cuarteto de jazz de provincias. Pones el canal local de turno, fantaseando con los tiempos en los que caía alguna porno descascarillada por el paso del tiempo, cuando la vida te pega un puñetazo que te envía a la lona sin que puedas levantarte así te apellides LaMotta. A esas horas en las que cuatro gatos ven la televisión, en un canal residual donde la audiencia es una ilusión, desfilan por la pantalla grupos y solistas anónimos, representantes del extrarradio musical que alcanzan de madrugada la cima de sus carreras para regresar de forma inmediata a lo más profundo del pozo en el que viven a diario.

Asistimos medio dormidos e incrédulos a ese fugaz instante de gloria de tercera división, ese cuarto de hora de fama que nos vendió Warhol y que ha quedado reducido, cuestiones de programación, a tres o cuatro minutos en el late-night local. Y cuando finalmente nos despertamos al día siguiente y pensamos en lo que vimos encogidos en el sofá, probablemente pensamos lo mismo que la colección de músicos que pusieron banda sonora a nuestro desvelo: ‘¿acaso todo eso fue real?’.

lunes, 29 de febrero de 2016

Infierno blanco

Robert Scott llevaba sobre sus hombros el peso de todo un Imperio cuando partió rumbo al Sur jamás hollado por el ser humano en una de esas locas aventuras que mantuvo en vilo al planeta hace más o menos un siglo. Pisar el Polo Sur era una empresa al alcance solo de unos pocos escogidos. Scott, acostumbrado a los rigores antárticos, llevaba al equipo más preparado, hombres de una fortaleza física descomunal e intelecto brillante, además de toda la tecnología que la época podía poner en sus manos. Convencida de escribir su nombre en la historia de la Humanidad, la expedición fue cubriendo etapas con la precisión de metrónomo hasta que, cuando por fin alcanzaron la meta, descubrieron que la expedición de Amundsen ya había hecho merienda-cena en el mismo punto un mes antes. Todavía aturdidos por la decepción y de regreso a la realidad atravesando un inabarcable océano blanco, los cinco héroes que solo consiguieron ser segundos, con Scott al frente, dejaron salpicadas sobre el hielo sus fuerzas y, finalmente, sus vidas.

La nave de ese otro océano blanco que es en sí mismo el Madrid parte cada agosto desde puerto entre gritos desgarrados y gorras al aire de sus amnésicos seguidores. Empujan con sus vítores la nave merengue en su viaje anual hacia Liga, Copa, Champions y Trofeo Bernabéu. A bordo, siempre la mejor plantilla de la historia, con refuerzos de última hora con cara de capricho florentiniano, un entrenador ‘nacido para dirigir al Real Madrid’ y una ambición desmedida a la que únicamente la humildad de los jugadores y su compromiso con el club pueden hacer sombra. Así las cosas, parece imposible que su Amundsen particular vestido con anorak blaugrana le haya vuelto a ganar la partida y encima deje tirados los restos de la celebración para hacer todavía más daño. El frío que pasa el Madrid desde ese momento hasta que llega junio no lo pasó ni Shackelton. Las articulaciones se agarrotan, la deshidratación consume sus pocas energías, que casi no alcanzan ni para ser segundos en la Liga, y pronto aparecen los primeros síntomas de gangrena, que desembocarán en la salida por la puerta de atrás de un Di María, un Özil o hasta un Casillas sobre quienes se descargará la responsabilidad del fracaso expedicionario. 


El pobre Scott no tuvo una segunda oportunidad. El Madrid en agosto comprará la suya de nuevo. 

miércoles, 10 de febrero de 2016

Si A, entonces B

A los españoles nos gusta opinar de todo sin saber de nada, la cerveza, el fútbol, la tortilla de patata (sobre todo con cebolla) y Gran Hermano. Pero lo que más nos gusta es la física cuántica. Al menos, la teoría nacida de esta rama de la ciencia  que nos plantea la existencia de infinitos universos paralelos al nuestro, todos ocultos, todos igual de reales que este cajón desastre de estrellas, donde todo tiene cabida.

Imaginar lo que ocurriría en uno de esos mundos alternativos es una de nuestras distracciones favoritas. Hay días en los que parece que no hacemos otra cosa. Nos levantamos, encendemos la radio y escuchamos a Marhuenda justificar lo injustificable. Y brota de nuestros labios la primera de las hipótesis de la jornada: “Claro, Paco, pero si Rita Barberá fuera socialista seguro que no dirías eso, ¿verdad, hipócrita?” ¿Cómo sería el universo en el que Rita luce con orgullo las siglas del PSOE? ¿Serían las fallas un poco más frías o también se dejaría sentir el caloret? ¿Mantendría la alcaldesa de España impecablemente peinado el casco que luce en la cabeza? ¿Cuántas perlas contaríamos en su collar? Esto último no lo tenemos tan claro, pero podríamos suponer, con bastante acierto, que Paco no sentiría la misma afinidad por ella.

Las ramificaciones y las menciones a mundos allende nuestro cosmos son interminables. “Si los titiriteros se metieran con los homosexuales, o con las mujeres, seguro que no veías mal que los encarcelaran”. “Si Pablo Iglesias viviera en Venezuela a lo mejor no diría lo que dice”. Si Rajoy viviera con 400 euros, si lo que ha hecho Carmena lo hubiera hecho Botella, si en vez de Messi el gol lo mete uno de la Ponferradina, si Obama fuese Trump, si en vez de la Iglesia Católica fuese el Islam, si A fuera B, o C, o D…

Las posibilidades son ilimitadas y, aún más importante, imposibles de conocer. Pero nada nos detiene a la hora de imaginar mundos en los que la realidad se acomoda mejor a nuestros deseos. Porque, he ahí la cuestión, cuando planteamos la duda sobre lo que ocurriría bajo determinadas coordenadas, no hacemos más que reafirmarnos una y otra vez en nuestras posiciones y, de paso, atizar al que no piensa como nosotros. Si mi abuela tuviera ruedas, sería una bicicleta. Muy bien, de acuerdo. Pero si mi abuela fuera del PP seguro que no pensarías eso, ¿verdad, hipócrita?

lunes, 18 de enero de 2016

Príncipes y reinas y viceversa

El último rifirrafe del día termina, el plató apaga las luces y las criaturas que durante todo el día han poblado de chismes la parrilla televisiva descansan durante unas horas en la habitación que comparten al terminar sus preindustriales jornadas laborales.

¡Pero silencio! ¡Despertaréis a Belén, la primera en abrazar el sueño después de horas de gritos, llantos y carcajadas! Justo en las literas de enfrente, los dos Kikos apuran los últimos minutos del día compartiendo por whatsapp los cotilleos que se quedaron sin espacio. A su alrededor, ya en pijama y con los dientes limpios, el resto de colaboradores habituales con los que conviven 24 horas diarias. Un poco más allá, en el rincón donde se apilan cintas viejas de los tiempos de las Mama Chicho, es donde descansan los invitados secundarios que durante algunas semanas se dedican a rellenar huecos de la programación. Son los exnovios, los familiares lejanos y los vecinos de los protagonistas de las informaciones. También ellos deben permanecer de guardia en Telecinco para aparecer en cualquier programa en cuanto su presencia es necesaria.

La habitación ya está en silencio. El eco del tráfico de la autovía se convierte en un murmullo que apacigua a las bestias. A esas horas de póker, brujas y teletiendas, la puerta se abre por última vez y permite entrever el rostro que se asoma a ver esta hermosa fraternidad. Paolo Vasile mira con ternura su creación mientras susurra, para no despertar a nadie, la letanía de cada madrugada:

-Buenas noches, príncipes de Gran Hermano, reyes de Sálvame Deluxe.

martes, 5 de enero de 2016

Aquella gesta de Parrata

En Brasil, los que no valen para el fútbol acaban en la portería. En la pista de nuestro colegio formábamos una defensa que se tornaba en inexpugnable a base de poblarla de incapacitados para el balompié. Lo nuestro era la destrucción. Obstruir al rival que se acercaba a la portería era la misión para la que estábamos programados. Llegar un segundo antes al balón y propinarle un punterazo en dirección al Sol, nuestra tarea. Cruzarnos en la trayectoria del esférico y desviar su camino, nuestra meta. Eso era el fútbol para nosotros. Como suele decirse, un trabajo sucio por el que Pepe cobra ahora millones y que entonces teníamos que desempeñar nosotros. Los parias del juego.

En ocasiones, esa labor oscura que jamás provocaría un aplauso en un hipotético graderío tenía sus compensaciones. Como el día en el que Parrata, uno de esos soldados rasos de la defensa, incapaz de driblar a una farola, se vistió de Baresi y Maldini juntos y frustró, él solo, todas las llegadas en estampida de Luisito, cuyo nombre remitía de manera inversamente proporcional a la furia con la que golpeaba el balón. La última de las intervenciones de Parrata, inolvidable, terminó con un inverosímil salto vertical con el que consiguió interceptar el rocoso balón con su cara. Aún hoy el sonido del balonazo debe seguir rebotando en las paredes del patio del colegio en un eco inagotable que cuenta aquella gesta del pobre desdichado. Una vez alcanzado el objetivo, y aturdido por el tremendo pepinazo que se llevó en el rostro, únicamente pudo dejarse caer como un fardo y acabar en el suelo tras otro imponente costalazo. Luisito, agotada la paciencia, estalló y comenzó a chillar y a desafiar al pobre Parrata, que se recuperaba del terrible combo, por ejercer de forma tan profesional la miserable tarea que tenía encomendada. “Si no tienes ni idea, ¿pa’ qué te metes?”, le venía a decir, impotente por no ser capaz de culminar con un gol su evidente superioridad sobre todos nosotros.

El partidillo terminó, volvimos a clase, un Parrata magullado lució durante varios días sus heridas de guerra y la semana siguiente Luisito nos metió cinco o seis goles.


No sé si Artur Mas sería un buen Luisito en esta historia, pero la CUP ha terminado siendo su Parrata. Quién lo diría.