domingo, 29 de junio de 2014

Prohibido reír

Primero acabaron con los chistes en los que los maridos atizaban a sus señoras, porque justificaban en cierto modo una forma de actuar que había que desterrar de nuestros hogares.

Después se proscribieron las coñas sobre judíos en campos de exterminio, cámaras de gas y crematorios, a no ser que se hicieran con la mirada tierna de un bufón italiano propenso a la exageración facial.

Más tarde vino la prohibición tácita de reírnos de negros, chinos, gitanos y cualquier otra minoría étnica que se viera agredida y ridiculizada a través de ese concepto difícilmente aprehensible conocido como ‘humor’.

                                                     Los chistes de mariquitas terminaron con su carrera

Objetos jurídicos como la monarquía quedaron amparados de los ataques de humoristas de una manera especial y su aforamiento cómico se limitó a las portadas de las publicaciones satíricas, que podían ser contempladas por todos los ciudadanos.

No hay que explicar que los chistes de gangosos, tullidos y ciegos habían dejado de ser populares hacía años, puesto que se burlaban de una buena parte de la población que merece el mismo trato y consideración que el resto de nosotros.

Ahora que tampoco se pueden hacer bromas sobre estereotipos culturales, y representar a un mexicano con un enorme sombrero y un poblado mostacho es equiparable a golpear con una barra de hierro a ese mismo mexicano, los enemigos del humor han alcanzado su último objetivo. Cautiva y desarmada, agotada por una sociedad triste, plomiza y revanchista, la risa ha muerto.

jueves, 26 de junio de 2014

Al calor del cargo público

Preguntaban en un programa de televisión a varios alicantinos sobre la opinión que tenían acerca de la alcaldesa de su ciudad, permanentemente envuelta en asuntos urbanísticos muy desagradables para el olfato. ¡Que el pueblo opine!, venían a decir en pantalla. Y, entre algunos ataques tibios, la gente defendía en general a la edil “porque la ciudad está muy cambiada y ha hecho algunas cosas buenas”. Entre esa gente, un hombre que bajaba levemente la voz para explicar el motivo de su aprobado a Sonia Castedo: “Un familiar trabaja en un puesto cercano a ella y está muy bien”, confesaba. ¿Qué más me dan los chanchullos que pueda organizar con empresarios, los terrenos que recalifique en contra de lo que marcan las leyes y la lógica, el continuo menosprecio a la legalidad? ¿Qué más me dan los millones que puedan trasvasar de las arcas públicas a las cuentas privadas si en el trayecto nos cae un pellizco a mí o a mi hijo o a mi sobrino?, podría decir nuestro hombre.

El 80% de los informáticos que trabajan en el Tribunal de Cuentas no posee los conocimientos necesarios para afrontar las necesidades del servicio. Pero tienen la suerte de formar parte de un organismo donde es casi inevitable compartir lazos de parentesco con los cargos superiores. Una institutución endogámica donde es casi imposible trabajar sin cruzarse con tíos, primos, esposas o incluso exesposas, donde ese concepto tan nuestro del ‘enchufismo’ alcanza unas cotas que rozan lo inimaginable.

En los días de vino y rosas que vivimos en nuestro país hace ya una eternidad, (¿os acordáis?) la Guardia Civil se llevaba detenidos a los alcaldes que velaban a golpe de pelotazo por el futuro de su pueblo (y por el suyo propio) entre los aplausos y los vítores de sus vecinos. Unos vecinos que apoyaban sin complejos las acciones al margen de la legalidad de estos héroes municipales capaces de vender al mejor postor los terrenos (cualquier terreno) de sus localidades. Todo eso pasaba una y otra vez. Y otra. Y otra.

Clamamos a favor de la justicia, exigimos la horca para los corruptos que se enriquecen a nuestra costa y ponemos el grito en el cielo cuando las listas de los partidos que coleccionan imputados son, ¡oh, sorpresa!, las más votadas en las elecciones. Quizá deberíamos pensar en quiénes son los últimos responsables de que eso suceda.

lunes, 23 de junio de 2014

El enemigo en casa

Decía Vito Corleone, en un arranque de lucidez para aconsejar sobre el oficio de mafioso, que había que tener cerca de los amigos pero más cerca aún a los enemigos. En Las Palmas todavía estarán pensando si habría sido mejor llenar las gradas con aficionados del Córdoba, el equipo rival con el que se jugaban el ascenso a la Primera División. Con el triunfo en la mano y ya en el tiempo de descuento, unos cuantos cientos de incontinentes seguidores del conjunto canario invadieron el terreno de juego para celebrar una victoria que aún no se había producido. El árbitro detuvo el encuentro y, tras la reanudación para disputar los dos minutos que faltaban, el equipo cordobés empató el partido y celebró el ascenso en medio de una batalla campal y la impotencia de los insulares.



El problema del PSOE es que ni siquiera desde dentro pueden determinar con exactitud dónde situar la línea que separe a amigos y a enemigos. La clasificación gradual de peligros en la política que le debemos a Andreotti (o a Adenauer), es decir, “adversarios, enemigos y compañeros de partido” se cumple a rajatabla en esta formación donde quien más quien menos luce tres o cuatro cuchillos adornados con un puño y una rosa asomando por la espalda. Lo peor para los militantes de base, esos a los que han prometido que serán clave en la elección del próximo Secretario General, es que el partido está quedando reducido a cenizas gracias al esfuerzo de unos dirigentes que de tanto amor a los principios del socialismo van a terminar abrazando al PP por su derecha.

De momento, Pablo Iglesias y su novia Tania Sánchez, diputada autonómica de IU, son los únicos candidatos para protagonizar un remake anticasta de Durmiendo con su enemigo. Aunque yo solo pagaría para ver en el cine una versión protagonizada por Eduardo Madina y Susana Díaz. La guerra de los Rose pasaría a ser, a su lado, una comedia romántica de las de Julia Roberts o Jennifer Aniston.

miércoles, 18 de junio de 2014

Nueva temporada

Hace más o menos 15 años la cadena estadounidense HBO comenzaba a emitir Los Soprano, la serie centrada en un jefe de la mafia acuciado por los problemas que le generaban sus dos familias, la de sangre y la honor, y que se veía obligado a acudir a terapia para evitar sus frecuentes ataques de ansiedad. Los Soprano, junto a The Wire o A dos metros bajo tierra (también obras de la HBO) son las puntas de lanza más visibles de lo que algunos se han empeñado en bautizar como ‘la nueva edad de oro de la televisión’ y a la que se han ido sumando títulos como Mad Men, Breaking Bad y, de acuerdo, también Juego de Tronos.

Durante todos estos años la fiebre por las series ha crecido de manera exponencial y nos hemos convertido en auténticos dependientes de la ración semanal que protagonizaban los estrellados del vuelo Oceanic 815 o un Sherlock Holmes reconvertido en mago de la medicina y adicto a la vicodina. Nadie habla ya de la última película de Spielberg, pero sí de la season finale de The Walking Dead o del S03E14 de 24.

¿Qué nos ha ocurrido? ¿Son estas series, de verdad, TAN MARAVILLOSAS? La respuesta nos la ha servido en bandeja Pablo Iglesias (el nuevo, no el muerto), insospechado fan de Juego de Tronos que incluso es el coautor de un ensayo que analiza la obra parida por George R. R. Martin. En él, los juegos de poder de la Khalessi o de Tyrion Lannister son traducidos al contexto político actual y, oigan, ¡todo cuadra!

¿A qué viene ese interés repentino por estas historias fragmentadas que descargamos vía torrent o, en el peor de los casos, consumimos directamente de la televisión? Prepárense para la realidad y adquieran el mismo rostro que Jim Carrey al final de El show de Truman, porque también nosotros somos los protagonistas (los tristes extras, en realidad) de uno de estos productos. Nos interesan las series porque, de manera inconsciente, sabemos que somos parte de ellas, que compartimos un plano de ficción que nos resistimos a aceptar.

¿No les pareció extraño que el presidente del Gobierno optara por aparecer ante los medios de comunicación desde el interior de una televisión? ¿Acaso se piensan que una figura tan arquetípicamente mafiosa como la que exhibía Luis Bárcenas puede encontrarse en la realidad? ¿El despropósito de los sucesivos secretarios generales (y aspirantes al puesto) del PSOE tienen sentido más allá de una sitcom con risas enlatadas? ¿No son personajes de ficción –piénsenlo, SÓLO PUEDEN ENTENDERSE DESDE LA FICCIÓN– Cristóbal Montoro, Rita Barberá, Ana Botella, Pepe Blanco o el mismísimo Pablo Iglesias?

                                                     Season premiere de la primera temporada

Hoy, de hecho, estrenamos una nueva temporada, en la que el argumento no variará salvo en pequeños detalles y en algún cambio de cara obligado. Ni los actores más consolidados pueden interpretar eternamente el mismo personaje.

lunes, 16 de junio de 2014

Fringe

El primer indicio de que algo ocurriría se les presentó exactamente a las 7:45 de aquel domingo, cuando saltó la alarma configurada en el móvil y se levantaron de la cama preparados para el viaje. Los párpados todavía pegados, resistentes a asumir que el día había hecho al fin acto de aparición, no le dejaron apreciar el baile de colores que daban un aspecto completamente diferente a los iconos de las aplicaciones desperdigadas en la pantalla del teléfono. Que el pajarito de Twitter fuera del mismo tono de amarillo que lo era el Piolín enemigo de Silvestre, o que el verde corporativo de Whatsapp hubiera mutado en un gris cercano al negro, debería haberle hecho pensar un pensar un poco.

Y si no hubiera estado absorto escuchando por la radio los resultados de los partidos del Mundial de fútbol que se habían celebrado el día anterior, también se habría dado cuenta de que el desayuno de ese día, el mismo que tomaba desde que era un crío, había cambiado sorprendentemente de nombre y había sustituido las dos ‘c’ de su sagrado Cola Cao por sendas ‘k’ aún más sonoras. El Kolakao, eso sí, estaba igual de delicioso que siempre.

Durante el tiempo en que habían rematado los últimos detalles del viaje y se habían montado en el coche, se cruzaron en su camino otras muchas señales de este tipo, aunque ninguno de los dos supo captarlas a tiempo. Ni la bolsa del Burger King en la que habían tirado la basura que tenía ahora el logotipo de McDonalds, ni el hecho de que las noticias contasen cómo la selección de Corea del Norte, ausente en el torneo,  había derrotado a Finlandia (otra que no jugaba) en Brasil, ni siquiera el cambio en el mobiliario del salón, más abigarrado ahora con la incorporación de una silla roja y negra que nadie había visto antes.

Pero las señales de que algo extraño ocurría no fueron lo suficientemente claras hasta que se dieron cuenta de que habían pasado de largo el desvío que tenían que coger para llegar a su destino. Peor. Que ni siquiera eran conscientes de haber pasado por la zona en la que la carretera se bifurcaba (los dos carriles se transformaban durante unos centenares de metros en cuatro, para así dar el suficiente tiempo a los conductores de optar por uno u otro ramal). Que los kilómetros previos a ese desvío que parecía haberse evaporado estaban sumidos en la misma densa, espesa y opaca niebla. Que se habían perdido sin haber tenido siquiera la posibilidad de perderse.

Era como si a la carretera por la que habían pasado docenas de veces le faltaran 15 ó 20 kilómetros. “Un coche sale del punto A a una velocidad constante de 128 kilómetros por hora y se dirige al punto B situado a una distancia de 225 kilómetros. ¿Cuánto tardará el vehículo en realizar ese recorrido?” En su caso, una hora más de lo debido, porque el coche, o quizás la carretera, se había empeñado en llegar al punto C, ajeno al problema, sin que los ocupantes del Megane pudieran hacer nada para evitarlo.

Con la sensación de que no había peores conductores que ellos y que su sentido de la orientación era digna de estudio, emprendieron de nuevo el camino. Atravesaron pueblos que desconocían hasta entonces, arroyos en los que jamás se habían fijado, túneles que no estaban construídos hacía apenas unos meses y que, eso era lo más complicado de asumir, atravesaban masas montañosas que, estaban seguros, jamás habían estado allí.

Pararon en una estación de servicio para tomar el segundo café de la mañana y los recibieron con un extraño acento que les costó descifrar. Trataron de serenarse con la música que guardaban en la guantera pero los cedés que habían grabado con temas de de los grupos que tocarían unas semanas después en aquel festival habían desaparecido.

A pocos kilómetros de su destino, y cuando la desesperación por ser incapaces de encontrar el camino correcto comenzaba a ser insoportable, una gigantesca pancarta llamó su atención. A un lado, el rostro de un militar con bigote al que ambos recordaban tres décadas más joven, en un asalto al Congreso rocambolesco que terminó con la subida a los altares del actual rey del país. Junto a él, apenas cuatro palabras que añadían maganimidad a esa cara avejentada que pretendía transmitir solidez y firmeza. ’75 años de PAZ’, podía leerse en aquella valla. La bandera rojigualda con el escudo preconstitucional remataba el cuadro.

Detuvieron el coche y se quedaron mirando la figura de ese general. Ahora empezaban a recordar todo…


lunes, 9 de junio de 2014

10 razones para mantener la monarquía

El discurso en Navidad
Las portadas del Hola
Las gaitas en los premios Princesa de Asturias
Los queridos hermanos de Arabia Saudí
Jaime Peñafiel
Los ujieres vestidos como la sota de bastos
Una reina en el Primavera Sound (o en el FIB)
Leonor como la comandante en jefe del Ejército español
Los silbidos en la final de la Copa del Rey
Elena y Froilán

jueves, 5 de junio de 2014

Oda al huevo

La magia comienza al golpear firmemente la cáscara contra una superficie cualquiera y provocar una fractura que permita abrirse paso al contenido que se aloja dentro de este grial ovoide. El contacto con el aceite caliente, humeante, casi burbujeante, es el necesario bautizo que transforma en apenas unos segundos la majestuosidad no fertilizada de una humilde gallina en el sagrado milagro del que están fabricados nuestros más profundos anhelos.

                                                     Señor y dador de vida

Habrá quien le niegue su condición mística al huevo frito, que ponga en duda su halo de fundamento básico de la cocina universal, que trate de convencernos de que ni siquiera la puntilla dorada que pespuntea su contorno le provoca un sentimiento más allá de lo razonable. Pobres diablos. No habrán entendido nada. No serán capaces de comprender la profundidad del más complejo de los fenómenos gastronómicos. La pureza de la santísima trinidad que conforman cáscara, clara y yema y que, en alianza eterna con el aceite y una pizca (un poco es suficiente) de sal se transforma en el alimento de los dioses, en el sustento eterno del hombre, en el gozo imperecedero de toda la Humanidad.


Llegarán luego las polémicas sobre quién es el mejor compañero de viaje del alimento definitivo. Y aparecerá en la discusión el inevitable jamón, las recurrentes patatas fritas, el a menudo olvidado pimiento rojo. Minucias, en todo caso, cuando se comparan a la gigantesca estrella de la que son simples satélites, cometas fugaces que entran brevemente en órbita con el astro blanco coronado de naranja que nutre nuestros sueños. Que nos da la vida.

lunes, 2 de junio de 2014

Zarzuela

Palacio de la Zarzuela. 14 de septiembre de 2014. 11.30 AM
Despacho de Felipe VI. Se abre la puerta y aparece Juan Carlos I apoyado en un bastón.

-Buenos días, hijo. ¿Ya levantado?
-Ehhh… Sí, ya ves. Tenía que forrar los libros de las niñas. ¿Pero tú…?
-Muy bien, hijo, esa es la clave. El trabajo, el esfuerzo, el compromiso con el pueblo español, la…
-Sí, sí, ¿pero qué estás haciendo aquí? ¿No habías quedado con los amigos para desayunar?
-¿Qué pasa? ¿Que molesto? ¿Que ya no puedo pasarme por aquí para charlar un rato con mi hijo? ¿Ya soy solo un trasto viejo?
-No, que no es eso… Es que te presentas así, sin avisar, y…
-¡Ah, que tengo que avisar! Claro, que no se puede molestar al rey, que tiene muchas responsabilidades. Mira, cuando yo era rey…
-Jo, papa, que no molestas, de verdad, pero es que me pillas liado.
-Ya, pues cuando yo era rey, hasta antesdeayer como si dijéramos, no pensabas en si estaba liado o no para venir aquí con cualquier disculpa. Y creo que nunca te puse mala cara. Y mira que tenía cosas importantes que hacer, ¿eh? Con lo de Cataluña, los vascos y la madre que lo parió. Y Zapatero, que tenía unas cosas...

(Suena el teléfono)

-Perdona un momento, papa. Estaba esperando para hablar con Mariano, que estaba de viaje.
-Claro, claro, atiéndele a él primero, a tu padre ni caso, ¿eh? Si total, solo abdiqué para darte un futuro a ti y a tu mujer, que ya veía que no os colocabais en ningún sitio.
-Pero…
-Nada, tú a lo tuyo, yo ya me voy. Cuando quieras algún consejo ya vendrás a buscarme.
-Joder, papa, no te pongas melodramático.
-No, si no es eso… Si tienes razón, será que solo soy un viejo que chochea.

(El teléfono sigue sonando. Juan Carlos agarra el pomo de la puerta)

-Pero papa, espera. Que termino esto y vamos con las niñas al parque.
-Deja, hijo. Sigue a lo tuyo. Dale un beso a Letizia de mi parte. Ya hablamos para preparar el 12 de octubre. Voy a ver si Elena ya ha salido de la peluquería. Adiós.

(Sale. El teléfono ya ha dejado de sonar. Felipe abre el ABC y empieza a hacer el sudoku de la página de pasatiempos).