lunes, 14 de octubre de 2013

Leche, cacao, avellanas, azúcar y un vaso de Victorio y Lucchino

Un segundo puede ser suficiente para cambiar nuestros más sólidos principios. En un instante, todo puede caer y volver a resurgir como jamás habríamos imaginado. Un latido, un parpadeo, bastan para que las más brillantes mentes de una generación prendan una mecha que hará que nada sea ya igual.
Hace unos meses, uno de estos cerebros se iluminó como si una supernova acabara de estallar dentro de su cabeza y la idea cobró forma.
Visto ahora, puede parecernos una solemne tontería, claro. "Esto lo hace cualquiera", dice el ignorante delante de un cuadro de Pollock. Pues haberlo hecho tú, listo. En nuestro caso, el visionario tomó algo que forma parte de nuestra infancia, algo aparentemente inmutable, y con una pirueta inconcebible lo hizo más grande. Lo hizo MEJOR.
Porque, cuando la fórmula parecía ser redonda, esta mente introdujo un elemento al que nadie había dado importancia. Introdujo en la ecuación que todos conocemos de memoria una incógnita, una simple 'x', con la que el resultado final era en apariencia el mismo pero, en esencia, superior.
"Tengo una idea", dijo nuestro héroe. "Si añadimos a la leche, al cacao, a la avellana y al azúcar un vaso diseñado por Victorio y Lucchino tendremos el producto definitivo. La Nocilla que los niños del siglo XXI se merecen".
En un instante todo puede cambiar. Para cambiar el futuro solo hace falta agarrarse a uno de esos momentos de inspiración.

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