jueves, 3 de julio de 2014

El postre

-Papá, ¿qué hay de postre?

La pregunta sale la boca de la preadolescente atravesando una sonrisa de insondable pureza. Un gesto candoroso donde no se aprecia aún el mínimo atisbo de la contaminación moral a la que nos vemos irremediablemente arrastrados en nuestro tortuoso camino por el fango de la vida. “¿Qué hay de postre?”, pregunta a una figura paterna en la que sigue confiando de manera ciega, el faro que la ha guiado durante una infancia que ya ha tocado a su fin pero a la que se mantiene unida por un lazo de imperecedera ingenuidad.

“¿Qué tendremos de postre? ¿Qué habrá cocinado papá?”, piensa nuestra protagonista en una demostración de tener aún una inocencia en absoluto fingida. Inocencia interrumpida en apenas unos segundos por una bofetada que no esperaba. Pronto, todo su universo quedará sepultado por un manto negro, oscuro y viscoso de realidad, por un baño de pringosa miseria al que le someterá su progenitor, implacable Saturno que devorará hasta el último rastro de virginidad de su pequeña. “¿Tendremos un bizcocho de chocolate? ¿Habrá cocinado esa tarta que le sale tan bien? ¿Natillas? ¿Arroz con leche? ¿Trufas? ¿Flan?”

-De postre, un capricho cremoso y crujiente -anuncia el padre. Y sin que la risa de maníaco, de auténtico depravado, abandone su cínico rostro saca del armario un paquete de galletas que deja a continuación sobre la mesa. “Ahí tenéis, el postre”, dice, esta vez sin que podamos oír sus palabras, únicamente para su mezquino interior plagado de frustraciones, de humillaciones enquistadas, de sufrimiento y de dolor.


Mientras se desarrolla toda la escena, un rótulo permanece fijo ante nuestros ojos. La moraleja del cuento, la conclusión a la que de manera esquinada nos quieren llevar los creativos, el estrambote definitivo de una historia de adiós a la infancia, desengaño y nata: “Come más fruta y verdura”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario