lunes, 18 de agosto de 2014

El pasado ya está aquí

“Quizás tú hayas acabado con el pasado pero el pasado aún no ha acabado contigo”, dicen durante Magnolia, el excesivo -en todos los sentidos- largometraje de Paul Thomas Anderson.

El pasado como cuenta pendiente, como imprevisible puñetazo en el estómago que te golpea cuando ya te habías olvidado de él, es argumento habitual en el cine y también en la sección judicial del Telediario. A ella accedía hace unas semanas por la puerta grande (una pequeñita le valía también a nuestro protagonista) Jordi Pujol, eterno president de la Generalitat catalana, recurrente objeto de burla de cómicos profesionales y aspirantes a humoristas y figura clave de las tres o cuatro últimas décadas de nuestra historia patria común.

Después de más de treinta años oculto y lejos de las manos del fisco, el pasado del honorable reapareció a su pesar para poner la guinda a todas las informaciones que durante años habían apuntado a las dudosas artes de varios de sus hijos en todo tipo de negocios, chanchullos y corruptelas.

La confesión de Jordi Pujol de que había olvidado declarar varios millones de euros durante un período de tiempo tan prolongado venía ilustrada en periódicos y televisiones con fotografías, por lo general añejas en las que el político, ya retirado, aparecía junto a alguno o varios de sus hijos. Y, entre todo ese viaje al pasado pujolesco, una se abría paso por méritos propios.



El pasado, testarudo y persistente, volvió a la vida de Pujol de la mano de ese remedo de domador ibicenco que posa ignorante de que se convertirá en involuntaria celebridad años más tarde. Si una imagen vale más que mil palabras, el valor de una foto como esta no se acerca a la fortuna amasada durante años por el pequeño president allende los Pirineos.

El pasado son millones escondidos en bancos andorranos o suizos, pero sobre todo son esas fotografías que nos avergüenzan cuando las vemos fuera de su contexto original, suficientemente alejadas en el tiempo y casi desvanecidas en nuestra frágil memoria. Cualquier tiempo pasado fue mejor, sobre todo cuando nadie investigaba tus cuentas ni tenías que ver constantemente aquella foto que te hicieron con un maromo descamisado al lado.

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