jueves, 5 de noviembre de 2015

Keyser Rajoy

Tenemos su fobia a aparecer ante los medios de comunicación, su preferencia al plasma cuando no tiene más remedio que explicar algún asunto.

Tenemos esos discursos grandilocuentes y triunfalistas en modo automático, elaborados sin atenerse a la realidad que nos rodea. Y tenemos esos debates en los que, a la réplica de la oposición, le sigue una contrarréplica sin ninguna relación con lo que (supuestamente) acaba de escuchar.

Tenemos las presuntas políticas con las que alardea de habernos salvado del desastre, como si no supiéremos que ni las políticas son suyas y vienen dictadas desde Bruselas, ni nos han librado de una catástrofe a la que se enfrentan millones de españoles cada día.

Tenemos esas (pocas) entrevistas que concede y en las que en apenas unos segundos es capaz de laminar su supuesto aura de dirigente eficaz y preparado.

Y tenemos, claro, esos primeros planos que captan las cámaras, esas muecas de bufón, esos gestos que atentan contra la lógica y las leyes naturales que nos hacen preguntarnos cómo es posible que ese señor haya ganado unas elecciones generales.

Si el mejor truco del Diablo fue convencer al mundo de que no existía, Keyser Rajoy lleva años en cambio actuando como si de verdad fuese un presidente capaz y el gobierno de nuestro país se acomodara a sus deseos.

Solo si miramos al corcho de la pared y empezamos a conectar las deshilvanadas pistas que nos ha dejado durante este tiempo nos daremos cuenta de la irrealidad en la que se mueve y en la que, lo peor de todo, nos obliga a transitar.

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