Además de ser la locomotora de la destrucción de empleo de
Occidente y líderes mundiales en paro juvenil o agujeros bancarios, en España
podemos presumir también de ser el país con el mayor número de conciencias
tranquilas de todo el planeta. Ya pueden pillar a alcaldes o concejales en turbios
negocios con mafiosos del Este de Europa. Ya pueden probar que los consejeros
de cualquier Caja de Ahorros limpiaron las cuentas todo lo que pudieron y se
adjudicaron millonarias indemnizaciones mientras dejaban en la ruina a pequeños
inversores. Ya puedes ir borracho al volante y estrellarte de frente contra
otro coche. O tener millones de euros en Suiza de los que no puedes acreditar
su procedencia. O aceptar regalos de tramas corruptas. O aprovecharte de tu
posición para forrarte, a cuenta del erario público, mediante una organización
sin ánimo de lucro que, en el fondo, no tiene más ánimo que el de lucrarse. O mentir
de manera sistemática -y premeditada- a tus votantes y al resto de ciudadanos.
Da igual. Al final, lo que cuenta es tener ‘la conciencia tranquila’ y la
‘convicción de que no he cometido ningún delito’. Y en eso, ya decía, vamos
sobrados.
El último ejemplo de la capacidad que tenemos en nuestro
país para aferrarnos al cargo nos lo ha regalado el presidente de la Real Federación Española de Automovilismo. Ha dado positivo en un control de
alcoholemia, pero no le parece una razón que lo desacredite en su puesto de
representación. ‘Yo no he matado a nadie’, explica. Y tiene razón. Su argumento
es la prueba del nueve a la hora de entender los mecanismos que rigen la mente
de los españoles cuando de valorar una dimisión se trata. El asesinato -el
homicidio, si quieren, aunque no lo tengo demasiado claro- es el punto a partir
del que se tienen en cuenta los delitos susceptibles de provocar que alguien renuncie
a su cargo. Si no has matado a nadie (queriendo), la dimisión todavía no es de recibo.
No es para tanto. ‘Tengo la conciencia muy tranquila’. Quizás el único delito
que se salte la norma y no haga necesaria la existencia de un muerto para
renunciar sea el de violar niños. Aun así, siempre habrá quien no lo vea tan
terriblemente trágico y disculpe este comportamiento con un ‘el problema es de
los padres, que los visten de una manera que no me puedo controlar’.
El sainete de Ponferrada, con guion de Azcona y Berlanga,
con concejales condenados por acoso, transfuguismo, puñaladas por la espalda y
pactos en la sombra, es otro de esos ejercicios de contorsionismo en los que al
terminar el político de turno sigue, contra todo pronóstico, bien sujeto a la
poltrona. ‘Por responsabilidad democrática’ y porque, en el fondo, tienen la
conciencia bien tranquila. Y eso es lo que vale.
En cuestiones de renuncias, no pido que España se convierta enAlemania, también en esto. A veces, con parecerse un poco al Vaticano
tendríamos más que suficiente.
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