domingo, 29 de junio de 2014

Prohibido reír

Primero acabaron con los chistes en los que los maridos atizaban a sus señoras, porque justificaban en cierto modo una forma de actuar que había que desterrar de nuestros hogares.

Después se proscribieron las coñas sobre judíos en campos de exterminio, cámaras de gas y crematorios, a no ser que se hicieran con la mirada tierna de un bufón italiano propenso a la exageración facial.

Más tarde vino la prohibición tácita de reírnos de negros, chinos, gitanos y cualquier otra minoría étnica que se viera agredida y ridiculizada a través de ese concepto difícilmente aprehensible conocido como ‘humor’.

                                                     Los chistes de mariquitas terminaron con su carrera

Objetos jurídicos como la monarquía quedaron amparados de los ataques de humoristas de una manera especial y su aforamiento cómico se limitó a las portadas de las publicaciones satíricas, que podían ser contempladas por todos los ciudadanos.

No hay que explicar que los chistes de gangosos, tullidos y ciegos habían dejado de ser populares hacía años, puesto que se burlaban de una buena parte de la población que merece el mismo trato y consideración que el resto de nosotros.

Ahora que tampoco se pueden hacer bromas sobre estereotipos culturales, y representar a un mexicano con un enorme sombrero y un poblado mostacho es equiparable a golpear con una barra de hierro a ese mismo mexicano, los enemigos del humor han alcanzado su último objetivo. Cautiva y desarmada, agotada por una sociedad triste, plomiza y revanchista, la risa ha muerto.

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