jueves, 14 de mayo de 2015

Esto no es una pipa

René Magritte nos puso delante una pipa al tiempo que nos alertaba: ‘Esto no es una pipa’. Magritte era un pintor surrealista y era belga, que viene a ser lo mismo casi siempre, y por eso no nos quedó más remedio que creerle y darle la razón. Si nos poníamos exquisitos, lo que veíamos no era propiamente una pipa, sino una imagen representada de lo que convenimos que es una pipa.



Alfonso Rus quiso optar también por el surrealismo cuando, tras aparecer las grabaciones en las que se le escuchaba contar dos millones de pelas procedentes, supuestamente, de una comisión ilegal, intentó convencernos de que esa voz no era la suya. El drama para Rus es que no nació en Bruselas, ni en Lessines, sino en Jávea, y que además ocupa(ba) la Diputación de Valencia para el Partido Popular, que no es que sea sinónimo de corrupción pero ustedes ya me entienden.

El bueno de Rus, de todas formas, no hizo más que aplicar una de las máximas que rigen la política de este país, y que viene a decir que nunca se es responsable de nada que te suponga una carga y que las culpas, incluso cuando son tuyas, nunca son exactamente tuyas. Es más, son de los demás.


Este surrealismo ibérico, que casi nunca funciona tan bien como el belga, tiene en Esperanza Aguirre uno de sus mejores exponentes. Superviviente indemne de todo tipo de situaciones tremebundas (desde atentados islamistas o caídas de helicópteros hasta aparcamientos improcedentes en la Gran Vía), la risueña lideresa tiene una capacidad innata para aguantar el rictus en su rostro de cemento cuando asegura, por ejemplo, que fue ella quien destapó la ‘trama Gürtel’ o que no conocía a aquel imputado de quien fue testigo en su boda. Aguirre nunca miente, y cuando lo hace es porque, lamentablemente, estaba mal informada y no hacía más que reproducir lo que leyó una vez en el periódico. Dentro de unas semanas será la nueva alcaldesa de Madrid, y es probable que ni siquiera tenga que recurrir a ese episodio surrealista en el que consistió el ‘tamayazo’. Ya estamos curados de espantos. Y nos creemos cualquier cosa.

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