martes, 5 de enero de 2016

Aquella gesta de Parrata

En Brasil, los que no valen para el fútbol acaban en la portería. En la pista de nuestro colegio formábamos una defensa que se tornaba en inexpugnable a base de poblarla de incapacitados para el balompié. Lo nuestro era la destrucción. Obstruir al rival que se acercaba a la portería era la misión para la que estábamos programados. Llegar un segundo antes al balón y propinarle un punterazo en dirección al Sol, nuestra tarea. Cruzarnos en la trayectoria del esférico y desviar su camino, nuestra meta. Eso era el fútbol para nosotros. Como suele decirse, un trabajo sucio por el que Pepe cobra ahora millones y que entonces teníamos que desempeñar nosotros. Los parias del juego.

En ocasiones, esa labor oscura que jamás provocaría un aplauso en un hipotético graderío tenía sus compensaciones. Como el día en el que Parrata, uno de esos soldados rasos de la defensa, incapaz de driblar a una farola, se vistió de Baresi y Maldini juntos y frustró, él solo, todas las llegadas en estampida de Luisito, cuyo nombre remitía de manera inversamente proporcional a la furia con la que golpeaba el balón. La última de las intervenciones de Parrata, inolvidable, terminó con un inverosímil salto vertical con el que consiguió interceptar el rocoso balón con su cara. Aún hoy el sonido del balonazo debe seguir rebotando en las paredes del patio del colegio en un eco inagotable que cuenta aquella gesta del pobre desdichado. Una vez alcanzado el objetivo, y aturdido por el tremendo pepinazo que se llevó en el rostro, únicamente pudo dejarse caer como un fardo y acabar en el suelo tras otro imponente costalazo. Luisito, agotada la paciencia, estalló y comenzó a chillar y a desafiar al pobre Parrata, que se recuperaba del terrible combo, por ejercer de forma tan profesional la miserable tarea que tenía encomendada. “Si no tienes ni idea, ¿pa’ qué te metes?”, le venía a decir, impotente por no ser capaz de culminar con un gol su evidente superioridad sobre todos nosotros.

El partidillo terminó, volvimos a clase, un Parrata magullado lució durante varios días sus heridas de guerra y la semana siguiente Luisito nos metió cinco o seis goles.


No sé si Artur Mas sería un buen Luisito en esta historia, pero la CUP ha terminado siendo su Parrata. Quién lo diría.

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