En Brasil, los que no valen para el fútbol acaban en la
portería. En la pista de nuestro colegio formábamos una defensa que se tornaba
en inexpugnable a base de poblarla de incapacitados para el balompié. Lo nuestro era la destrucción. Obstruir al rival que se acercaba a la portería era
la misión para la que estábamos programados. Llegar un segundo antes al balón y
propinarle un punterazo en dirección al Sol, nuestra tarea. Cruzarnos en la
trayectoria del esférico y desviar su camino, nuestra
meta. Eso era el fútbol para nosotros. Como suele decirse, un trabajo sucio por
el que Pepe cobra ahora millones y que entonces teníamos que desempeñar
nosotros. Los parias del juego.
En ocasiones, esa labor oscura que jamás provocaría un aplauso
en un hipotético graderío tenía sus compensaciones. Como el día en el que Parrata,
uno de esos soldados rasos de la defensa, incapaz de driblar a una farola, se
vistió de Baresi y Maldini juntos y frustró, él solo, todas las llegadas en estampida de
Luisito, cuyo nombre remitía de manera inversamente proporcional a la furia con la que
golpeaba el balón. La última de las intervenciones de Parrata, inolvidable,
terminó con un inverosímil salto vertical con el que consiguió interceptar el
rocoso balón con su cara. Aún hoy el sonido del balonazo
debe seguir rebotando en las paredes del patio del colegio en un eco inagotable que
cuenta aquella gesta del pobre desdichado. Una vez alcanzado el objetivo, y
aturdido por el tremendo pepinazo que se llevó en el rostro, únicamente pudo
dejarse caer como un fardo y acabar en el suelo tras otro imponente costalazo.
Luisito, agotada la paciencia, estalló y comenzó a chillar y a
desafiar al pobre Parrata, que se recuperaba del terrible combo, por ejercer de
forma tan profesional la miserable tarea que tenía encomendada. “Si no tienes
ni idea, ¿pa’ qué te metes?”, le venía a decir, impotente por no ser capaz de
culminar con un gol su evidente superioridad sobre todos nosotros.
El partidillo terminó, volvimos a clase, un Parrata magullado
lució durante varios días sus heridas de guerra y la semana siguiente Luisito
nos metió cinco o seis goles.
No sé si Artur Mas sería un buen Luisito en esta historia, pero
la CUP ha terminado siendo su Parrata. Quién lo diría.
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