El bigote de Schrödinger de Aznar es la clave. Ese mostacho
que cubre (y no cubre) el rostro del expresidente, esa extensión de pelo que
existe pero que a la vez es sólo una ilusión que nos parece vislumbrar, es la
pieza que explica nuestra realidad.
Los ‘papeles de Bárcenas’, también. Las anotaciones que no
eran más que una burda manipulación eran a la vez las pruebas contundentes que
deberían derribar todo un Gobierno. Pero, como en el caso del bigote, no son ni
una cosa ni otra. Son la prueba de un sistema corrupto, podrido por definición,
y al tiempo simples cifras que terminarán olvidadas, mientras dejan un rastro
tan leve, tan impreciso, como el (no)bigote aznariano.
Parece que sí pero no.
Los sobresueldos haberlos, haylos, como las paisanas de
Rajoy. Pero, como las escurridizas meigas, es complicado certificar su
existencia de manera fehaciente. Los intuimos, nos parece verlos en esos sobres
que se mueven por lujosos despachos del centro de la capital. Juraríamos que
podemos oler el aroma de los billetes de 500 euros recién salidos de la oficina
de Bankia más cercana. Billetes todavía frescos que mancharían de tinta las
manos de los agraciados. Pero esos sobres ya no existen, dejaron de hacerlo
hace mucho tiempo. Tanto que ya no podemos estar seguros de que, en realidad,
llegaron a existir.
La integridad de Luis el cabrón estaba a prueba de cualquier
tipo de insidias. Era un tesorero intachable y un senador ejemplar. Ahora
sabemos que, al mismo tiempo era un delincuente que se enriquecía de espaldas
al partido, un traidor a las siglas, un ser despreciable de la peor calaña. De
hecho, ¿de quién estamos hablando? ¿Bárcenas? No nos consta, no sabemos quién
es, pregunten en el edificio de aquí al lado. Hace años nos pareció que había
alguien parecido por aquí, pero ahora sabemos que fue todo una ilusión.
Mariano, como el bigote de Schrödinger, mantiene una
dualidad incomprensible para alguien alejado de la política que le permite
gobernar un país cuando ya no es más que un animal moribundo. Comparece ante
unos periodistas que ya no pueden preguntar para ofrecer respuestas que no
aclaran ninguna de nuestras dudas.
Cuando Aznar regresó de entre los muertos con esa sombra
debajo de su nariz lo que de verdad hacía era advertirnos de la nueva
realidad en la que vivimos. Todo parece cierto. Y lo es. Pero todo es mentira.
Bravo!
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