miércoles, 4 de diciembre de 2013

Los 35

En 1996, el año en el que nuestra (casi) inamovible Constitución celebraba su mayoría de edad, el simpar portavoz del Gobierno de entonces la felicitaba con unas declaraciones que no dejaban indiferente a casi nadie. Como nada de lo que, por otra parte, acostumbra a decir Miguel Ángel Rodríguez. “Si fuera una niña hoy se vestiría de largo, y si fuese un ciudadano, podría votar”, vino a decir de la Carta Magna el amigo de Aznar.

Ahora que cumple 35 años, tres décadas y media ya, la Constitución comenzará a adentrarse en la crisis de la mediana edad, esa que aparece sin avisar cuando la juventud comienza a desaparecer por el sumidero del bienestar. Si fuera un hombre comenzaría a perder el pelo y acumular grasa a pasos agigantados en la zona abdominal. Si fuera una mujer, vería cómo la acción gravitatoria le haría una mala jugada a sus pechos, que comenzarían a esta edad un largo viaje hacia la noche.

De cualquier manera, lo que le ocurriría a la Constitución en el caso de que fuera española (algo que cada vez es más discutible), es que estaría luchando (aún) por encontrar un puesto digno en un feroz mercado de trabajo que cercena con sus afilados colmillos los derechos y las ilusiones de quienes consiguen acceder a él. Si la Constitución (española) cumpliera ahora 35 años estaría comprando el billete hacia otro país más acogedor que el que le ha tocado vivir. Otro país en el que poder aplicar los conocimientos que ha adquirido durante toda su vida y que aquí no valen de nada ya. A sus 35 años, quizás, podría empezar a pensar en la emancipación paterna si consiguiera que el casero de ese diminuto piso de alquiler que ha visto le bajara un poco (un poco más) el precio.

Con 35 años, la Constitución estaría cansada ya de un país al que ha dado ya demasiadas oportunidades y del que no ha recibido más satisfacción que aquel gol de Iniesta. Y ni eso.

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