Dicen que alguna vez se le vio
sonreír, aunque la fama de azote de la casta política labrada a golpe de plató
le impida ahora esbozar el mínimo gesto que comprometa la linealidad de sus
labios. La mirada profunda y atormentada, el ceño fruncido que nos grita lo
preocupado que está por nuestro bienestar, la lengua afilada para
contrarreplicar el enésimo intento de Marhuenda o Alfonso Rojo de sacarle de sus
casillas. El epíteto raudo que escapa de su boca, la búsqueda del aplauso
instantáneo de quienes están dispuestos a celebrar las palabras de cualquiera
que escape al discurso monolítico de nuestra Cultura de la Transición.
Pablo, Pablemos, el tipo de la
coleta de La Sexta, es uno de esos seres especiales capaces de aglutinar el
odio y el desprecio que proceden de todos los rincones del espectro ideológico.
Para algunos es un izquierdista radical financiado por el terrorismo
internacional, un seguidor convencido del populismo chavista, un aliado de los
separatistas que anhelan la extinción del Estado y que se alimentan con la
sangre de bebés españoles. Para otros es un títere que le hace el juego a la
derecha, un peligro para la definitiva desintegración de una izquierda abonada
al caos de siglas y a las zancadillas de sus correligionarios.
Sólo soy un tipo normal
Él, mientras, repite ante las
cámaras sin error posible un discurso grabado a fuego en el que la naturalidad
le cede el testigo a la impostura y a la inherente demagogia que es la sal y la pimienta de la política, donde el mensaje
prefabricado dirigido a los votantes apesta a edulcorantes y acidulantes. Lo
hace con un mesianimo artificioso y un narcisismo que raya en lo patológico y que lo ha llevado a ser la imagen de su recién nacido partido en las papeletas electorales. "Es la mejor manera para identificarnos ante los electores" dice, como si quisiera convencernos de que ha aprobado esa solución a regañadientes.
Filoterrorista, antisistema o peligroso populista ultraizquierdista, el nuevo europarlamentario y futuro asaltante a la Moncloa representa algo muchísimo peor: el recuerdo de una clase política dominada por ciegos soberbios y desconectados de los ciudadanos y en la que él, pese a todo, es uno de los escasos tuertos capaces de atisbar lo que se encuentra más allá de sus narices.
No hay comentarios:
Publicar un comentario