jueves, 26 de junio de 2014

Al calor del cargo público

Preguntaban en un programa de televisión a varios alicantinos sobre la opinión que tenían acerca de la alcaldesa de su ciudad, permanentemente envuelta en asuntos urbanísticos muy desagradables para el olfato. ¡Que el pueblo opine!, venían a decir en pantalla. Y, entre algunos ataques tibios, la gente defendía en general a la edil “porque la ciudad está muy cambiada y ha hecho algunas cosas buenas”. Entre esa gente, un hombre que bajaba levemente la voz para explicar el motivo de su aprobado a Sonia Castedo: “Un familiar trabaja en un puesto cercano a ella y está muy bien”, confesaba. ¿Qué más me dan los chanchullos que pueda organizar con empresarios, los terrenos que recalifique en contra de lo que marcan las leyes y la lógica, el continuo menosprecio a la legalidad? ¿Qué más me dan los millones que puedan trasvasar de las arcas públicas a las cuentas privadas si en el trayecto nos cae un pellizco a mí o a mi hijo o a mi sobrino?, podría decir nuestro hombre.

El 80% de los informáticos que trabajan en el Tribunal de Cuentas no posee los conocimientos necesarios para afrontar las necesidades del servicio. Pero tienen la suerte de formar parte de un organismo donde es casi inevitable compartir lazos de parentesco con los cargos superiores. Una institutución endogámica donde es casi imposible trabajar sin cruzarse con tíos, primos, esposas o incluso exesposas, donde ese concepto tan nuestro del ‘enchufismo’ alcanza unas cotas que rozan lo inimaginable.

En los días de vino y rosas que vivimos en nuestro país hace ya una eternidad, (¿os acordáis?) la Guardia Civil se llevaba detenidos a los alcaldes que velaban a golpe de pelotazo por el futuro de su pueblo (y por el suyo propio) entre los aplausos y los vítores de sus vecinos. Unos vecinos que apoyaban sin complejos las acciones al margen de la legalidad de estos héroes municipales capaces de vender al mejor postor los terrenos (cualquier terreno) de sus localidades. Todo eso pasaba una y otra vez. Y otra. Y otra.

Clamamos a favor de la justicia, exigimos la horca para los corruptos que se enriquecen a nuestra costa y ponemos el grito en el cielo cuando las listas de los partidos que coleccionan imputados son, ¡oh, sorpresa!, las más votadas en las elecciones. Quizá deberíamos pensar en quiénes son los últimos responsables de que eso suceda.

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