Decía Vito Corleone, en un arranque de lucidez para
aconsejar sobre el oficio de mafioso, que había que tener cerca de los amigos
pero más cerca aún a los enemigos. En Las Palmas todavía estarán pensando si
habría sido mejor llenar las gradas con aficionados del Córdoba, el equipo
rival con el que se jugaban el ascenso a la Primera División. Con el triunfo en la mano y ya en el tiempo de descuento, unos cuantos cientos de incontinentes
seguidores del conjunto canario invadieron el terreno de juego para celebrar
una victoria que aún no se había producido. El árbitro detuvo el encuentro y,
tras la reanudación para disputar los dos minutos que faltaban, el equipo
cordobés empató el partido y celebró el ascenso en medio de una batalla campal
y la impotencia de los insulares.
El problema del PSOE es que ni siquiera desde dentro pueden determinar con exactitud dónde situar la línea que separe a amigos y a enemigos. La clasificación gradual de peligros en la política que le debemos a Andreotti (o a Adenauer), es decir, “adversarios, enemigos y compañeros de partido” se cumple a rajatabla en esta formación donde quien más quien menos luce tres o cuatro cuchillos adornados con un puño y una rosa asomando por la espalda. Lo peor para los militantes de base, esos a los que han prometido que serán clave en la elección del próximo Secretario General, es que el partido está quedando reducido a cenizas gracias al esfuerzo de unos dirigentes que de tanto amor a los principios del socialismo van a terminar abrazando al PP por su derecha.
De momento, Pablo Iglesias y su novia Tania Sánchez,
diputada autonómica de IU, son los únicos candidatos para protagonizar un
remake anticasta de Durmiendo con su enemigo. Aunque yo solo pagaría para ver
en el cine una versión protagonizada por Eduardo Madina y Susana Díaz. La
guerra de los Rose pasaría a ser, a su lado, una comedia romántica de las de
Julia Roberts o Jennifer Aniston.
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