Durante todos estos años la fiebre por las series ha crecido de manera exponencial y nos hemos convertido en auténticos dependientes de la ración semanal que protagonizaban los estrellados del vuelo Oceanic 815 o un Sherlock Holmes reconvertido en mago de la medicina y adicto a la vicodina. Nadie habla ya de la última película de Spielberg, pero sí de la season finale de The Walking Dead o del S03E14 de 24.
¿Qué nos ha ocurrido? ¿Son estas series, de verdad, TAN MARAVILLOSAS? La respuesta nos la ha servido en bandeja Pablo Iglesias (el nuevo, no el muerto), insospechado fan de Juego de Tronos que incluso es el coautor de un ensayo que analiza la obra parida por George R. R. Martin. En él, los juegos de poder de la Khalessi o de Tyrion Lannister son traducidos al contexto político actual y, oigan, ¡todo cuadra!
¿A qué viene ese interés repentino por estas historias fragmentadas que descargamos vía torrent o, en el peor de los casos, consumimos directamente de la televisión? Prepárense para la realidad y adquieran el mismo rostro que Jim Carrey al final de El show de Truman, porque también nosotros somos los protagonistas (los tristes extras, en realidad) de uno de estos productos. Nos interesan las series porque, de manera inconsciente, sabemos que somos parte de ellas, que compartimos un plano de ficción que nos resistimos a aceptar.
¿No les pareció extraño que el presidente del Gobierno optara por aparecer ante los medios de comunicación desde el interior de una televisión? ¿Acaso se piensan que una figura tan arquetípicamente mafiosa como la que exhibía Luis Bárcenas puede encontrarse en la realidad? ¿El despropósito de los sucesivos secretarios generales (y aspirantes al puesto) del PSOE tienen sentido más allá de una sitcom con risas enlatadas? ¿No son personajes de ficción –piénsenlo, SÓLO PUEDEN ENTENDERSE DESDE LA FICCIÓN– Cristóbal Montoro, Rita Barberá, Ana Botella, Pepe Blanco o el mismísimo Pablo Iglesias?
Season premiere de la primera temporada
Hoy, de hecho, estrenamos una nueva temporada, en la que el argumento no variará salvo en pequeños detalles y en algún cambio de cara obligado. Ni los actores más consolidados pueden interpretar eternamente el mismo personaje.
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